Alison MacGregor
-Justo ha sido cuando te has corrido
en mi boca.-respondió con naturalidad, penetrándola con su mirada oscura.
África sintió sus
mejillas encenderse por su sinceridad. Realmente Sergio no había cambiado en
siete años, seguía tan directo y sincero como siempre. Eso siempre le había
gustado de él, ahora le causaba turbación.
-Solo me ha hecho falta mirarte a los ojos y ver lo que me decían en
silencio.-dijo serio, esperando que ella hablara.
-Lo único que te decían era que estaba cachonda. Nada más.-respondió orgullosa.
-También eso, pero de forma secundaria. Lo que principalmente me decían,
África, era que todavía me amas.-dijo de una forma que hizo que los pelos de la
nuca se le erizaran.
-Eso es imposible.-gritó levantándose del suelo y alejándose de él.-No te amo,
Sergio, te odio. Tanto que esto era una venganza que, obviamente, me
proporcionaría placer y excitación.
Gritando, se alejó de
él, poniendo todo el espacio posible entre ellos. No podía permanecer más
tiempo pegada a su cuerpo, oyendo su respiración y sintiendo los latidos de su
corazón.
-No. Eso es mentira. No me odias. Me amas, tanto o más que hace siete
años.-dijo acercándose cada vez más a ella.
-¡Já! No eres tan irresistible, Sergio. En siete años te he olvidado y más que
olvidado. He estado con numerosos hombres. No te creas el único.-le dijo con
furia, levantando los brazos y haciendo gestos con las manos.-Además, tú eres
el que no me ha olvidado. Por algo estás aquí, para tenerme cerca y amarme en
silencio.-le gritó señalándolo con un dedo acusador.
-Así es. Después de siete años, mi corazón sigue latiendo por el tuyo, mi
cuerpo sigue deseando el tuyo, y mi mente no deja de pensar en ti.-susurró en
voz alta, con su voz grave e hipnotizante.
-¡Hijo de perra! No puedes llegar después de siete años y decirme que me amas.
No después de haberte acostado con aquella rubia, no después de que yo os
viera.-le gritó desesperada. No quería seguir escuchándolo, no podía, le dolía
demasiado.
Corrió hacia la puerta y
la abrió.
-Eso no es así. Yo no me acosté con aquella rubia.-le gritó, furioso.
África giró la cabeza
para mirarlo con resentimiento.
-¡Vete a la mierda!-le dijo tan furiosa como él.
Cerró la puerta tras de
sí y se topó con el butanero. Él la miró asombrado, con los ojos como platos.
África se dio cuenta de que estaba en pelotas y con las manos cogiendo la poca
ropa que había llevado a casa de Sergio. Sonrió con naturalidad al muchacho
moreno y le dijo.
-Que tengas un buen día.
Abrió la puerta de su
piso y la cerró, dejando al muchacho con la boca abierta y la baba colgando. La
oscuridad reinaba en su piso, encendió las luces y corrió a ducharse, queriendo
olvidar la noche que había pasado con Sergio: las fresas, la nata, el cuerpo,
el deseo, ¡todo!
Agotada y triste se
metió en la cama, deseosa de llorar. Todo había sido un desastre, nada había
salido como ella quería. Su venganza no había tenido éxito, ella había salido
dañada en el proceso. Ella y su corazón. Comenzó a llorar, las lágrimas se
deslizaban por sus mejillas, dejando un rastro hasta su barbilla. No es que se
hubiera vuelto a enamorar de Sergio, sino que ya estaba enamorada. En siete
años no lo había podido olvidar, tanto sus besos y su cuerpo como su mente y su
personalidad arrolladora. Se había mentido a sí misma y a todo el mundo,
diciendo que lo había olvidado. Y el único que se había dado cuenta, había sido
él. Resignada, se durmió mojando la almohada de lágrimas.
Al día siguiente, se
levantó con unas ojeras hasta el suelo, el cuerpo agotado y los ojos hinchados
y rojos. Se miró en el espejo del servicio y soltó un gemido de angustia.
-¡Estoy horrible!
Se dio una ducha rápida,
se puso unos pantalones cortos, una camiseta de manga corta y se hizo una
coleta alta para que el pelo no le molestara. Llamaron al timbre, cuando fue a
abrir miró por la mirilla para comprobar que no era Sergio, y abrió la puerta.
-¿África?-preguntó el hombre rubio.
¿Quién coño era?
-Ajá.-respondió con una inclinación de cabeza.
-Esto es para usted.-le dijo entregándole una caja envuelta.
Comprendiendo que era un
mensajero, le pagó una propina, cogió la caja y dejando la puerta abierta del
piso debido a que no tenía tres manos para cerrar, fue al sofá. Dejó la caja
sobre la mesa y la abrió, curiosa. Dentro había una pequeña nevera roja. La
sacó confusa y lentamente la abrió.
-¡Ooh!-exclamó.
Dentro había un tazón
blanco con fresas grandes, rojas y frescas. Al lado había un bote de nata.
Cogiendo las dos cosas, comprobó que debajo había una nota.
Espero que esto sepa
expresar mejor que yo lo que siento:
Mis
labios te recorren lentamente
mientras
te excitas inmensamente.
Una
inmensa pasión tu placer aumenta
y
mi boca dulcemente te atormenta.
Siento
el fuego palpitante,
de
tu cuerpo vibrante.
Mis
labios desciendan suavemente
donde
más desea tu mente.
Tu
movimiento excitante,
invita
a mi boca provocante,
reposar
en tu perfumada flor
para
despertar todo tu ardor.
África no pudo terminar
de leerlo, ya que las lágrimas inundaban sus ojos y caían sobre el papel,
mojándolo y emborronándolo. Dejó la nota sobre la mesa y se giró para cerrar la
puerta del piso. Se detuvo en seco al ver a Sergio mirándola, cruzado de brazos
y apoyado sobre la puerta. Se secó corriendo las lágrimas y se puso furiosa.
-¿Qué haces aquí?-preguntó acercándose a él, dispuesta a echarlo.
-Antes de que digas nada, debo decirte que nunca me acosté con aquella rubia.
Cuando desperté aquel día, la vi a mi lado e inmediatamente le pedí
explicaciones. Me dijo que la habían contratado mis amigos para gastarme una
broma.-explicó con la voz neutra.
África lo miró,
estudiándolo. Realmente quería creerle. Aunque había utilizado un tono neutro,
sus ojos no le mentían, se mostraban tan vulnerables mirándola suplicantemente,
pidiéndole que confiara en él.
-Si no me crees, no te culpo. Es realmente muy poco creíble, pero es así.-dijo
con las manos delante de él, descubriéndose ante ella.
Sintió que el corazón se
le oprimía y acercándose a él, lo besó, no con pasión sino con ternura y todos
sus sentimientos.
-Te creo.-le dijo con lágrimas en los ojos.-Perdóname por no pedirte
explicaciones y evitar que te defendieras.-se disculpó, esperando que le
perdonara.
-No hay nada que perdonar.-le dijo. La besó de nuevo, esta vez con más pasión
que la vez anterior.- ¿Me amas, verdad?-preguntó con voz lastimera.
-Con todo mi corazón, Sergio.-le respondió sonriendo.
Él la cogió entre sus
brazos y la llevó al dormitorio entre risas y gemidos. Le hizo el amor durante
toda la noche. Cuando terminaron, los dos se durmieron en brazos del otro. Y
disfrutaron durmiendo juntos por primera vez desde hacía siete años.
Al año siguiente, África
enmarcaba la foto que le había regalado Sergio por San Valentín. Los dos salían
abrazados, felices y besándose. África comenzó a reírse cuando comprendió que
era la misma foto de su sueño. Al parecer el destino había sabido elegir su mejor
camino. No pudo seguir pensando en eso, ya que unos brazos comenzaron a
abrazarla por la cintura, y una boca a mordisquearle el cuello. Rió y se giró
hacia Sergio, dispuesta una vez más a hacer el amor con él durante todo el día.
¿Quién dijo que el mundo
era cruel?
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