Alison MacGregor
Se sentó en el sofá con la tele
encendida y pensó en su plan. No sabía si tendría éxito. Realmente, después de
la noche anterior, tenía que reconocer que no era tan inmune a Sergio como
creía. El deseo que una vez sintió por él, seguía latiendo en sus venas y eso
la asustaba. En la cita lo había pasado realmente bien con él, le había hecho revivir
sentimientos que creía olvidados. Había sido amable, generoso, divertido,…todo
lo que una vez la había enamorado. Y ahora temía volver a hacerlo. Pero había
algo que no dejaba de torturarla y era el recuerdo de aquella rubia en su cama
hace siete años. Es verdad que entonces solo habían tenido veintidós años y que
el sexo surgía como algo común y corriente, pero aun así ella se sentía dolida.
Tanto que le era imposible olvidar la necesidad de vengarse. Pero, ¿conseguiría
que su venganza tuviera éxito?
-Si no lo pruebas, nunca sabrás si lo habrías podido conseguir.
África saltó del sofá
del susto. La tele estaba encendida y mostraba una dieta para las personas que
quieren perder peso. Esa frase que había decidido por ella había salido de su
televisor. Sonrió.
El día pasó rápido y
cuando llegó la hora de la venganza final, fue a su habitación a arreglarse. Se
puso una minifalda vaquera, con un tanga rojo debajo, una camiseta blanca de
tirantes que tenía un gran escote y transparentaba sus pezones desnudos. Se
miró en el espejo. El conjunto era realmente provocador, sus pies descalzos
y su pelo rizado y revuelto le daba la sensación de un revolcón rápido.
Sus ojos marrones brillaban por la anticipación. Realmente se veía sexy y femenina.
Fue a la cocina, sacó
las fresas del frigorífico y las colocó en un tazón de cristal. Miró por la
ventana y, aunque no vio a Sergio, oyó el sonido de su televisor. Salió de su
piso con rapidez, antes de que se arrepintiera, y llamó al timbre de Sergio.
Respiró hondo y, entonces, este abrió su puerta.
Sergio la miró de arriba
abajo y sus ojos se pusieron como platos al ver su ropa y sus pies descalzos.
Creyó verle tragar saliva. Estupendo.
-¿Sí?-preguntó tragando de nuevo saliva.
África cogió una fresa
del tazón y con la mayor lentitud se la llevó a la boca, mordiéndola
sugerentemente. El sabor penetró en su boca, dejándole un sabor ácido y dulce a
la vez. Se sintió patética y llena de vergüenza mordiendo la fresa de esa forma
tan erótica, pero a la vez se sintió la mujer más sexy del mundo.
-¿Tienes nata para mí?-preguntó pasando su lengua por el labio superior después
de haber mordido la fresa.
Sergio recorrió con los
ojos el movimiento de su lengua. África comenzó a excitarse tanto por la
reacción de Sergio que parecía que no podía dejar de mirarla como por su propio
comportamiento tan sensual. Sergio la cogió de la cintura y la atrajo hacia él,
cuando bajó la cabeza para atrapar su boca con un beso, África la retiró sonriendo.
-Primero la nata.-le dijo mordiendo el lóbulo de su oreja.
Lo oyó gemir, pero la
retiró de él sonriendo burlón.
-Muy bien. Tendrás tu nata.-le susurró al oído.
La hizo pasar al salón,
donde la dejó para ir a la cocina. Cuando volvió, traía consigo un bote de
nata. Se paró delante de ella, agitó el bote y echó nata sobre una pequeña
fresa. África no podía dejar de seguir todos sus movimientos, hipnotizada. Miró
cómo Sergio cogía esa misma fresa y la mordía hasta la mitad, dándole la otra
mitad a ella. África aceptó la mitad de la fresa, y abriendo la boca dejó que
se la metiera. La saboreó, su sabor ácido se extendía por el interior de su
boca mezclándose con el sabor dulce de la nata. Sintió a Sergio chupar la
comisura de su boca donde se había quedado un poco de nata. Entonces le quitó
el tazón de las fresas de las manos y comenzó a besarla intensamente, apretando
su culo con sus manos. La apretó contra él, haciendo que notara su
erección, la cual era realmente grande. Sus manos apretando su culo, su boca
besando su boca de una forma tan abrasadora, y su erección apretando contra su
estómago la estaban excitando hasta tal punto que acabaría expulsando lava por
todos los poros de su cuerpo.
La levantó del suelo,
África enredó sus piernas en su cintura, y los dos comenzaron a besarse y a
tocarse como si el mundo fuera a acabarse. Sergio la atrapó entre su cuerpo y
la pared y con una mano comenzó a meter la mano por debajo de la falda,
excitándola. Tocó su trasero, lo acarició y lo pellizcó hasta hacerla gemir.
Entonces su mano abandonó su trasero para subir a sus pechos, donde metiendo la
mano por debajo de su camiseta, acarició sus pechos desnudos. Los acarició
haciendo círculos, sin llegar al pezón, dejándola ansiosa y necesitada porque
lo hiciera. Cuando lo hizo, los apretó entre el dedo índice y pulgar haciendo
que África apartara su boca de la suya para jadear.
Todo eso no era
suficiente para ninguno, necesitaban más cada uno del otro. Sergio la apartó de
la pared y la tumbó en el suelo frío, pero que para sus cuerpos ardientes no
era ni siquiera como una simple brisa de verano. Con rapidez, comenzaron a
quitarse la ropa entre los dos, deseosos de que sus pieles entraran en
contacto. Una vez desnudos, exceptuando el tanga de África que Sergio había
querido que se lo dejara puesto, comenzaron a besarse de nuevo, mezclando las
salivas y los sabores.
Sergio dejó de besarla,
haciendo que abriera los ojos para verlo echar la nata por encima de las fresas
y coger una de éstas llena de nata. África lo miró expectante, Sergio sonrió y
comenzó a recorrer con la fresa sus pechos, teniendo como meta la punta de sus
pezones. Gimió de placer, retorciéndose debajo de él mientras él sonreía y reía
satisfecho por su reacción. Pero no todo terminaba ahí, no. El rastro que había
dejado de camino a sus pezones, Sergio comenzó a lamerlo, teniendo el mismo
objetivo que la fresa. África lo cogió del cabello e hizo unas mezclas de
gritos y gemidos de placer que los excitaron a ambos. Su tanga se humedeció por
la excitación y la tela que la acariciaba cada vez que se retorcía la dejaba
ansiosa porque Sergio la tocara.
Pero Sergio no atendió
rápidamente a sus ruegos, sino que se entretuvo torturándola besando, lamiendo
y acariciando sus pezones. Cuando se hubo saciado de ellos, bajó por su cuerpo
besándolo y acariciándolo. Entonces llegó a la tira de su tanga, y acariciando
el borde, comenzó a bajárselo lentamente, torturándola nuevamente. Rozó con sus
dedos su sexo y eso le bastó para comprobar lo excitada que estaba. Entonces
hizo algo que la asombró y excitó. Cogió el bote de la nata, lo agitó, y
extendió la nata sobre su clítoris y todo su sexo. Mientras lo extendía con los
dedos, gimió como una posesa, agarrándolo del pelo y arqueando el cuerpo. Pero
cuando comenzó a lamer la nata, sintió un millón de estrellas explotando en su
cabeza, llenándola de placer. Cada lametón de Sergio era una estrella explosiva
más. Cogió su clítoris entre los dientes y lo aspiró haciéndola gritar, posiblemente
se le hubiera oído en todo el edificio pero le daba igual. Lo único que le
importaba en esos momentos era el placer que le estaba haciendo sentir.
Explotaron todas las estrellas de su cabeza de golpe, haciendo que se corriera,
pero eso no hizo que Sergio se apartara de ella, sino que dio unos lametones
largos y lentos, saboreándolo.
África consiguió abrir
los ojos, vio los dos cuerpos sudados, sintió el calor que desprendían, y ante
todo vio la excitación de Sergio, su erección y su necesidad. Quería cogerlo y
darle todo el placer que él le había dado, pero Sergio no le dejó sino que
cogió el bote de nata de nuevo y apretó con una mano su estómago para que no se
moviera. Volvió a agitarlo de nuevo y lo volvió a echar sobre su sexo. Pero en
lugar de volver a lamerlo, la penetró lentamente, haciendo que sintiera toda su
longitud. Se agarró a sus musculosos brazos, los cuales estaban a cada lado de
su cabeza. Mientras la penetraba, África lo miró a los ojos llenos de deseo. La
mirada de él brillaba con intensidad mientras entraba y salía dentro de ella.
Al principio fue lento y una tortura, pero a medida que la excitación crecía,
comenzó a moverse con rapidez y fuerza mientras que con una mano estimulaba su
clítoris. Su cuerpo se alzaba para recibir sus embestidas, sus manos volaban
por su cuerpo, agarrándolo cuando la excitación la acosaba. Le dejó arañazos
por todo el cuerpo, mostrándole su necesidad. Sintió que volaba alto, muy alto,
y ya en la cúspide de su altura, gritó, llegando al orgasmo. Sergio se
introdujo dos veces más en ella, pero África le impidió terminar dentro de
ella, apartándolo de ella. Con rapidez cogió su miembro e hizo que se corriera
dentro de su boca. Cuando terminó, lamió la nata que le había quedado después
de introducirse en ella. Había necesitado devolverle el favor.
Sergio cayó desplomado
sobre el suelo, jadeando y sudando, llevándose a ella consigo. África se colocó
de lado y puso su mano sobre el estómago liso y demasiado perfecto de Sergio.
Ahora que veía su cuerpo desnudo después de siete años, tenía que reconocer que
era estupendo, sin un gramo de grasa. Parecía más bien una escultura de algún
dios griego. Su mano acariciaba su brazo delgado de arriba abajo,
tranquilizándola y adormilándola.
-¿Cuánto tiempo
piensas seguir con esto, África?-preguntó besándola en la sien dulcemente.
África lo miró
lentamente, sintiéndose como una niña temerosa. Sabía a lo que se refería, pero
su orgullo le ordenaba que se hiciera la tonta, ya que no quería admitir que
había ido allí a acostarse con él sabiendo quién era realmente.
-¿Desde cuándo lo sabes?-preguntó. Era inútil negarlo. Tarde o temprano tendría
que decírselo.
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