Alison MacGregor
El rencor y la rabia que volvieron a
ella después de tantos años, la hicieron pensar en la mayor locura que nunca
antes había hecho. Le haría sufrir de una manera que no olvidaría, ya que
cuando él se levantara por la mañana lo haría pensando en ella y cuando se
fuera a la cama por la noche lo haría deseando que ella estuviera junto a él.
Le haría pagar el dolor que le hizo sufrir durante años hasta que consiguió
olvidarlo.
Pero no lo haría esa
noche, sino dentro de dos días, la noche antes de San Valentín. Fue a su
dormitorio y se acostó en su cama sin cenar, ya que no tenía el estómago con
ganas de meterle comida. Se levantó al día siguiente nerviosa, pero fresca como
una lechuga. Fue a la cocina y se preparó el desayuno. Miró por la ventana y la
respiración se le atascó. Sergio caminaba por su casa en calzoncillos, de
Calvin Klein seguro, con una erección mañanera. Sus ojos prepararon todo su
potencial para seguirlo por la casa. Realmente su cuerpo era una maravilla,
fuerte, musculoso, atlético, deseable. Lo que más le gustaba era su espalda
ancha y musculosa por la que tantas veces había pasado sus manos. Movió la
cabeza de un lado a otro y se fue hacia el servicio para darse una ducha bien
fría. No entendía cómo un cuerpo podía ponerla tan caliente.
Salió de la ducha y se
dirigió a la puerta de salida. Cuando abrió, se encontró en frente de Sergio,
el cual había estado a punto de darle un puñetazo en la cara, ya que este
parecía tener la intención de llamar.
-¡Vaya! ¡Qué casualidad!-dijo sonriendo, enseñándole todos sus perfectos
dientes blancos.
¿Por qué tenía que ser
tan guapo?
-Hola.-le dije con naturalidad. Aunque la verdad no sabía si podía seguir
guardándose el puñetazo que estaba deseando darle por no decirle quién era.-
¿Qué te trae a este lado del rellano?
-Invitarte a salir, naturalmente.-dijo sin vacilación.
África se sorprendió, ya
que no se lo esperaba. No supo qué decir.
-¿Qué me dices?-volvió a preguntar sonriendo.
¿Es que nunca dejaba de
sonreir? Por lo visto no. Seguramente sabía el efecto que causaba su sonrisa
sobre las mujeres. Su orgullo quería que le dijera que no pensaba salir con él
ni hasta la esquina, pero no, no haría eso, ya que era una oportunidad que no
podía desperdiciar para que su vendetta tuviera éxito. Puso la mejor de sus
sonrisas y con naturalidad y coqueteo le dijo.
-Por supuesto. ¿Dónde me llevarás?
-Había pensado al cine, ya que es nuestra primera cita.-respondió todo corazón.
¿Cita? ¿Primera?
Mentiroso, hijo de perra. No era su primera cita con ella. Estuvo a punto de
soltárselo a la cara, pero se contuvo.
-Me parece estupendo.-dijo. No sabía si su sonrisa había dado un giro drástico
y se había vuelto falsa, pero no podía evitarlo.- ¿Esta noche te parece bien?
-Fantástico.-respondió.
Acordaron la hora y que
él pasaría a por ella. El resto del día aprovechó para limpiar el piso e ir a
la tienda a por frutas, entre ellas fresas. Se arregló un poco cuando llegó la
hora de ir al cine. Unos vaqueros y una camisa roja hacían juego con sus cuñas
del mismo color. Su cabello rubio y rizado lo recogió en una coleta alta, ya
que su pelo ese día se había vuelto bastante rebelde.
Sonó el timbre y fue a
abrir con tranquilidad, no queriendo que Sergio pensara que estaba desesperada
por salir con él. Nada más lejos de la verdad, solo quería vengarse, no había
sentimientos románticos de por medio. Ni los habría nunca.
Abrió la puerta y su
corazón se saltó un latido. Ahí tenía al hombre más guapo del mundo, de la
galaxia y del universo entero. Su pelo negro engominado, su camiseta blanca que
marcaba sus musculosos brazos y su fuerte pecho, sus vaqueros desgastados y sus
deportivas le daban un aire sumamente irresistible. Se lo comería entero.
Él la miró de arriba
abajo sin cortarse un pelo. Cuando llegó a sus pechos se los quedó mirando con
intensidad, haciendo que sus mejillas se sonrojaran. Después de lo que a ella
le parecieron horas, levantó la vista a su rostro y sonrió. África creyó ver en
sus ojos ternura, pero desechó esa posibilidad como imposible.
Fueron al cine y vieron
una comedia romántica que les hizo reír intensamente todo lo que duró esta.
Después la invitó a tomar una copa a un bar cercano. Charlaron como amigos de
toda la vida, pero intentando que ninguno descubriera al otro. Tanto África
como Sergio creían que el otro pensaba que no había descubierto la verdadera
identidad de cada uno. Pero no era así, ya que África sí lo había hecho, pero a
diferencia de esta, Sergio sí quería que ella lo descubriera sin tener que
decírselo él mismo.
Cuando llegaron al
rellano sonrieron incómodos, ya que era extraño que la noche terminara de esa
manera, sin un beso ni nada.
-Gracias por la invitación. Me lo he pasado realmente bien.-dijo África
mientras abría la puerta de su casa.
-De nada.-respondió Sergio mirándola intensamente.
África se acercó a él
para darle un beso de gratitud en la mejilla, pero Sergio cogió su rostro y lo
acercó a sus labios, los cuales comenzaron a besar los de ella. Su lengua
invadió su boca y su sabor la excitó, ya que sabía a whisky, el mismo que había
bebido durante la noche. Sus besos la embriagaron hasta dejarla atontada y sin
sentido. Pero no tanto para olvidar que tenía un plan pendiente. Lo empujó
contra la pared, excitándolo, y se apretó contra él para que notara cada parte
de su cuerpo. Su lengua empujaba contra la de Sergio, mezclando los sabores de
su boca. Las manos de Sergio apretaban su cintura, excitándola de una forma
sorprendente. Sus manos viajaban por el pecho fuerte de Sergio, haciéndola
recordar sentimientos olvidados y enterrados.
Separó sus labios de los
de él y lo miró a los ojos. Vio sus ojos cerrados y cómo los abrió poco a poco
y con renuncia, como si no quisiera olvidar ese momento volviendo a la
realidad. Cuando los abrió, estos brillaban de deseo, pero mostrando una
ternura que le cerró la garganta. Se retiró de él, temerosa por primera vez de
su plan.
-Gracias por la cita.-dijo temblando.
Entró en su piso con la
mayor rapidez y cerró la puerta, dejando a Sergio confundido y con una
excitación palpable. Su cuerpo desprendía calor, sus labios estaban hinchados
por el beso y sus pezones excitados. Se fue a dormir y los sueños comenzaron a
acosarla.
Caminaba por un gran
pasillo oscuro y largo y este de repente se dividía en dos. Dos puertas
abiertas se presentaban ante ella: la de su derecha le mostraba a Sergio y a
ella abrazados, sonriendo, felices y besándose; la de su izquierda le mostraba
una visión de ella mudándose de piso, llorando, destrozada. No entendía nada.
¿Acaso tenía que elegir entre las dos puertas? ¿Simbolizaba sus dos destinos?
De repente se levantó de
la cama, sudando y temblando. Se pasó una mano por el pelo, intentando
despejarse y olvidarse de ese sueño. Había sido todo muy extraño. Se había
sentido feliz observando la primera puerta, pero esa felicidad le había
parecido tan lejana. Mientras que observando la puerta número dos se había
sentido deprimida, pero ese destino, si así lo era, lo sentía más cercano. La
piel se le puso de gallina e intentó olvidarla. Miró la hora y ya eran las 8:00
de la mañana. Se levantó y fue a darse una ducha, para limpiarse el sudor que
cubría su piel.
Ya duchada, fue a la
cocina a tomar una taza de café. Y una vez más, como siempre, miró por la
ventana. Pero esta vez no vio a Sergio. No vio nada, solo una simple cocina
vacía que daba a un salón. Por alguna extraña razón se sintió desilusionada.
Era una tontería, por supuesto, obviamente todavía le duraba la confusión del
sueño que había tenido esa noche. Nada más.
Abrió el frigorífico y
lo primero que vieron sus ojos eran las fresas que había comprado el día
anterior. El estómago se le contrajo, ya que esas fresas iban a ser parte de su
plan. Pero ahora que lo pensaba no sabía si debería seguir con él. Las fresas
la hacían sentir patética, ya que nunca había hecho lo que tenía pensado hacer.
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