Alison MacGregor
África volvió a mirar por la ventana
por decimoséptima vez en los cinco minutos que llevaba en la cocina. Se sentía
algo patética, pero no podía evitarlo. Desde que se había mudado el nuevo
vecino al piso de en frente no había dejado de espiarlo. Llevaba así una semana
y dos días contados. La verdad, cualquiera que estuviera en su situación haría
lo mismo, ya que el tío estaba como un queso. Y por si fuera poco, el tío se
paseaba desnudo por su casa sin importarle que una mujer como ella, que llevaba
sin echar un polvo más de un año, pudiera estar mirándole con la baba colgando.
Definitivamente el mundo era cruel.
Salió de la cocina y se
dirigió al televisor a ver el primer programa que la despejara. Lo encendió y
justamente oyó la puerta de en frente abrirse y cerrarse al momento. No supo
cómo ni cuándo su cerebro ordenó a sus pies salir corriendo hacia su propia
puerta y abrirla. Pero sí supo cuándo su cerebro registró en su memoria al tío
más guapo que había poblado la tierra. Su pelo negro y mojado por el agua
estaba un poco largo, pero a ella le encantó, sus ojos oscuros realmente la
derretían y su boca era perfecta e irresistible. Definitivamente el mundo no
era cruel.
África se sintió algo
ridícula ahí en su puerta mirándolo embobada y él mirándola como si esperara
que le hablara. Obviamente no podía decirle que había salido a verlo. No.
-Hola.-dijo.- ¿Has llamado tú a la puerta?-preguntó con las mejillas como un
tomate de la vergüenza. Realmente era algo patético como excusa.
-No.-respondió sonriendo.
-Ahh.- ¡Qué patética!-Habrá sido un gamberro listillo.-dijo pobremente. Que la
tierra la tragara, por Dios.
-No sé. Yo no he visto a nadie.-dijo volviendo a sonreir.-Por cierto, me llamo
Sergio.-dijo alargando la mano para estrechársela.
África la tomó y sintió
su fuerte apretón en los dedos. Se fijó en ellos, se dio cuenta de que eran
alargados y masculinos y, ante todo, no llevaban alianza. Las mejillas se le
sonrojaron ligeramente, o eso esperaba, cuando pensó en sus dedos y lo que
podrían hacer. Su horror creció al darse cuenta de su obsesión por ese hombre.
Apartó la mano de él como si fuera ácido.
-Yo soy África.-respondió. Buscó desesperadamente un tema de conversación
para retenerlo un poco más.
-Un nombre peculiar.-dijo sonriendo, pero sin enseñar los dientes. África se
extrañó un poco por esa sonrisa, ya que parecía un poco falsa.
-Bastante.-dijo, pero realmente el tema de su nombre no le interesaba mucho.-
¿Conoces a muchas chicas con ese nombre?-preguntó.
-Solo una. Fui con ella a la Universidad. Éramos muy buenos amigos.-respondió y
sintió como si sus ojos la escrutaran en busca de una respuesta.
-¿Erais? ¿Ya no os veis?-preguntó curiosa.
-No.-respondió serio.-Me tengo que ir. Un placer conocerte.
Y sin más, se marchó
escaleras abajo. África frunció el ceño extrañada por su despedida brusca y
entró en su casa. Miró el reloj y ya eran las 14:10. El estómago le recordó que
debería ir preparando ya la comida y se dirigió a la cocina para ver qué podía
hacer. Abrió el frigorífico y el alma se le cayó a los pies. Solo quedaban unos
filetes de la noche anterior. Se hizo un sándwich y pensó que ya era hora de ir
a hacer la compra. Bueno ya iría por la tarde.
Las horas pasaban
mientras limpiaba la casa y cuando se quiso dar cuenta ya eran las 19:00 de la
tarde. Corrió a ducharse y cuando ya salió con un simple vaquero y una camiseta
de manga corta, fue a la cocina y cogió un vaso de agua. Miró por la
ventana hacia el piso del vecino, se dijo que lo hizo por costumbre más
que nada, y se atragantó con el agua. Sergio iba desnudo por su casa, secándose
el pelo con una toalla y dándole la espalda a la ventana.
Realmente tenía un culo
para morirse. Unos hoyuelos marcaban el nacimiento de su trasero y África se
vio a sí misma hundiendo su lengua en ellos. Sus entrañas se contrajeron por el
deseo y el vaso que tenía en la mano se cayó al suelo, rompiéndose el cristal
en pedazos.
-¡Mierda!-gritó asustada y furiosa.
El sonido debió llamar
la atención de Sergio porque este se giró, seguramente curioso del ruido.
África se agachó corriendo para que no la viera. Intentó recoger los pedazos de
cristal para disimular ante Sergio. Pero estaba segura de que el vecino le
había visto espiándolo de nuevo o si no se lo habría imaginado.
-¿Estás bien?
¡Mierda! ¡Mierda!
¡Mierda! Me ha visto, seguro.
-S…sí.-respondió asomándose por la ventana.
Esto era para película.
Ahí estaba Sergio mirándole con una sonrisa en la cara, burlándose de ella con
esos ojos oscuros.
-¿Te has cortado?-preguntó sonriendo.
Le había visto, seguro.
Si no fuera así, no habría sonreído. ¿Se podía ser más ridícula? Lo principal
era comportarse con naturalidad, como si hubiera estado fregando y su vaso se
hubiera roto por accidente, en lugar de mirando el culo del vecino nuevo.
-No, estoy bien, gracias.-le dijo con la mayor naturalidad.
África miró sus ojos y
sintió algo extraño. Esos ojos le sonaban, eran oscuros y penetrantes, pero como
de costumbre serían imaginaciones suyas. Frunció el ceño, ya que no podía
sacarse de la cabeza la sensación de esos ojos mirándola, acariciándola. Era
todo muy extraño.
Sonrió y cerró su
ventana, dando así por terminada la conversación. África pensó, de camino a la
tienda, que debería plantearse dar un giro a su sexualidad. No quería
decir que tenía que volverse lesbiana, pero sí empezar a salir con más hombres
y no hacerse tanto la estrecha con ellos. Llevaba más de un año sin sexo y ya
se sentía algo desesperada. Todo hubiese seguido normal, sin ganas de sexo y
sin importarle que no lo tuviera, si no fuera porque Sergio había aparecido en
el piso de en frente con el cuerpo de un verdadero dios griego. Ahora el deseo
había renacido en ella, provocándole la necesidad de tirarse a los brazos de
cualquier hombre para pasar un buen rato. Era eso o ir al piso de Sergio y
lanzarse sobre su boca. En cualquier caso, las dos opciones eran muy alocadas,
pero ¿cuándo dejó ella de ser la chica rebelde, que no le importaban las normas
y hacía lo que sentía? Ahh, ya sabía cuando, el día que pilló al chico que
quería en la cama con otra. Sí, ese día se había llevado su espíritu impetuoso.
Había sido hace siete años, el día de San Valentín, ella había estado saliendo
con un amigo de la universidad, y ella había decidido ir a darle una sorpresa a
su piso, ya que llevaban dos semanas sin verse. Ella había abierto la puerta de
su piso, tenía la llave, y había entrado llamándole a gritos como de costumbre.
Entonces había sido cuando lo había visto dormido en la cama con una rubia
despampanante. Había salido corriendo del piso, sin mirar atrás. Se había ido
de la Universidad para ir a estudiar a otra y desde entonces no lo había vuelto
a ver. Nunca le había devuelto las llamadas. Ahora que lo pensaba, era mucha
casualidad que su novio de la Universidad y el vecino que vivía en frente se
llamaran igual, Sergio. Bueno había muchas personas que se llamaban así. Además
no se parecían mucho.
En la tienda, mirando
los diferentes chocolates donde tenía que elegir sintió que las piernas no le
respondían y lentamente cayó al suelo de rodillas. La confusión, la sorpresa,
la tristeza y la desilusión la embargaron. No es que el Sergio de su pasado y
el Sergio de su piso de en frente fueran distintas personas, eran la misma. Sus
ojos lo delataban. Puede que el rostro no fuera el mismo, solía ocurrir después
de siete años. Pero sus ojos seguían siendo iguales, mirándola con deseo y
amor. Aunque África estaba segura de que esto último ya no era así. Se levantó
corriendo, pagó la compra que había hecho y corrió hacia su piso donde, después
de dejar la comida en sus respectivos lugares, buscó las fotos que tenía de la
Universidad. Hace siete años había roto todas las que tenía excepto una, ya que
le había sido imposible hacerlo y en lugar de ello, la había escondido en el
último cajón de su armario donde nunca más la volvería a buscar.
Cogió la foto y la
examinó después de siete años. Los dos salían riendo, felices y enamorados.
Había sido un mes antes del día de San Valentín. Las lágrimas asomaron a sus
ojos, pero no eran de amor sino de desprecio. Estaba segura. Después de siete
años, el amor que una vez sintió por Sergio, se marchitó. No podía estar más
segura.
Este relato lo leí ya en el blog de la autora y es sublime!
ResponderEliminarLo recomiendo al 100 por 100 >.<
Besos para las dos (para Alison y para ti, querida Raquel)
Buen día!
Raquel, preciosa, muchísimas gracias por subir lo que te pedí :D No tenía idea de que dividías los relatos en partes, pero no importa :D
ResponderEliminarMuchas, muchas gracias :D
PD: Dulce, tú siempre tan encantadora :3
exitanteeeeee
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