Alison McGregor
Mientras Mary se hacía el desayuno,
no podía dejar de mirar hacia el calendario que tenía a sus espaldas. Se
concentró en la mermelada que estaba untando en la tostada, moviendo el
cuchillo de un lado a otro. Le dio un pequeño mordisco y se giró hacia el
calendario con resignación y fastidio en la mirada.
Se había levantado esa mañana y, por primera vez en cuatro años, se
había sentido sola en la ancha cama que no compartía con nadie. A diferencia de
su amiga África, ella no tenía un novio maravilloso con el que compartir su
cama o sus sábanas de seda. Pero ahí no radicaba lo peor de la situación, ya
que al dirigirse a la cocina para desayunar, se había encontrado con su
calendario y había descubierto que solo quedaban dos semanas para su
cumpleaños, ¡iba a cumplir treinta años!
Iba a entrar en la treintena, y no tenía a nadie a quien preparar el
desayuno ni con quién arrugar las sábanas, ni siquiera tenía un trabajo por el
que madrugar. Pero cómo iba a mirar hacia el futuro esperando soluciones, si no
tenía ni un presente prometedor.
-¡Vaya
mierda!-exclamó antes de beber un sorbo de zumo.
De repente, el timbre sonó con insistencia y Mary miró extrañada el
reloj de la cocina, preguntándose quién llamaría a su casa tan temprano. Se
dirigió hacia la puerta de su piso y miró por la mirilla. Suspiró con dramatismo
y abrió la puerta.
-¿Qué
haces aquí a estas horas de la mañana?-preguntó Mary con molestia fingida.
-Buenos días para ti
también, mi amor.-respondió África pasando por su lado y lanzándole un beso
desde el sofá.
Mary miró a África y sonrió, poniendo los ojos en blanco acostumbrada al
loco comportamiento de esa rubia con rizos. Con una altura media, la piel
morena por el sol, y un cabello dorado salvaje, África era la típica
californiana que tenía un novio impresionante. Pero Mary no sentía celos de
ella, sino que se alegraba, ya que a su parecer se merecía lo bien que le
estaba tratando el destino estos últimos años.
Se acercó al sofá y se sentó junto a ella, arqueando las cejas en señal
de pregunta.
-He
venido a por ti para comprarte un regalo de cumpleaños, así que venga, date
prisa y arréglate.
-¿Cumpleaños?
Ni me lo recuerdes.-respondió arrugando
la frente con molestia.-Además, todavía quedan dos semanas.
-Pero
yo no podré ir a tu cumpleaños porque tengo que acompañar a Sergio a una
conferencia en Nueva York, así que hoy te compraré el regalo, y no quiero que
me lo discutas.-advirtió, señalándole con el dedo.
Mary se entristeció porque África no pudiera ir a su cumpleaños, pero no
le importaba, ya que este cumpleaños prefería que pasara sin celebraciones, que
es lo que ocurriría si África estuviera en él. Fue a ducharse y arreglarse
antes de que volviera a repetírselo. A pesar de que Mary insistió en que no
necesitaba ningún regalo, África no le hizo caso y en menos de una hora se
encontraba en frente de la tienda de lencería más cara de Chicago. Mary tenía
claro que no pensaba permitir que le comprara nada, pero sus esfuerzos no
dieron resultado y ahí, delante de sus ojos y envuelto para llevar, tenía el
conjunto más sexy que había visto nunca.
Sabía que no podría hacer nada por convencer a su amiga y desistió,
segura de que esas preciosas prendas nunca cubrirían su cuerpo. Después tomaron
un café en una terraza y más tarde Mary se despidió de ella, deseándole un buen
viaje.
Subía las escaleras, mirándose los pies y pendiente de la bolsa que iba
rozando sus piernas a cada paso que daba. Miró el reloj y se dio cuenta de que
ya era demasiado tarde, así que corrió a su piso. Volvió a meterse en la ducha,
ya que el ambiente era muy caluroso y necesitaba refrescarse. Justo cuando se
estaba secando, el timbre sonó y corrió hacia la puerta. La abrió y,
rápidamente, consciente de la escasa toalla que llevaba, cogió la manta que
tenía sobre el sofá y se cubrió.
-¡Bruno!
Bruno vivía en el piso de arriba y era un hombre por el que muchas
mujeres babeaban cada vez que lo veían. Hacía cinco años que lo conocía y desde
entonces se habían hecho muy amigos, tanto que ella lo consideraba su mejor
amigo.
Bruno la miró con las cejas arqueadas, observando su falta de ropa con
diversión.
-¡Vaya!-exclamó,
mientras iba hacia su sofá.-Si querías ducharte, haberme avisado y habríamos
ahorrado agua.
Mary puso los ojos en blanco y sonrió, acostumbrada a soportar esa clase
de comentarios por su parte.
-Bueno,
a lo que venía, he venido para decirte que esta noche pasaré a por ti sobre las
diez.-dijo, señalándole con la mano.
-¿A
dónde vamos a ir?-preguntó, curiosa.
-Mi
madre me ha regalado entradas para el teatro, y, sinceramente, prefiero
llevarte a ti antes que ir con ella y escuchar la cantidad de críticas que dice
sobre el vestido de una mujer u otra.-respondió haciendo un gesto de
aburrimiento.
Mary sonrió, imaginando su situación. Hablaron un rato del día de cada
uno y, después de acordar de nuevo la hora, Bruno se dirigió hacia la puerta y
la abrió. Antes de cerrarla, se giró hacia ella y, sonriendo, comentó:
-Por
cierto, tienes unas piernas preciosas.
Mary le lanzó la manta riendo al tiempo que él cerraba la puerta. Miró
el reloj y comprobó que le daba tiempo cenar y arreglarse con tranquilidad. Ya
delante del espejo, comprobó su vestido, el cual era de color rosa perla con
unos tirantes finos, y sus zapatos blancos. Su pelo castaño tendría que
recogerlo, así que después de investigar varios peinados, se decidió por
recogérselo con algo de soltura.
El timbre sonó, y dando una última mirada al reflejo del espejo, fue
hacia la puerta y la abrió. Delante de sus ojos estaba Bruno, tan guapo como
siempre: su pelo negro brillaba por el agua, sus ojos verdes la miraban con
intensidad, y su boca, su boca era perfecta. Miró el resto del cuerpo,
magnífico por completo y desprendiendo la palabra “sexo” por todos los poros.
-¿Necesitas
una toalla?-preguntó él. Mary levantó sus ojos confundidos hacia los de Bruno,
que la miraban con sorna y diversión.-Babeas.-aclaró riendo por el sonrojo de
Mary.
-No
digas tonterías.-dijo cogiendo el bolso del sofá y cerrando la puerta de su
piso.-Por supuesto que babeo, pero es culpa tuya. No puedes venir a mi casa tan
endiabladamente atractivo y esperar que no te coma con los ojos.
-Por
mí puedes comerme por completo, preciosa.-comentó, mirándola intensamente y
sonriendo sensualmente.
Mary rió, creyendo que las palabras de Bruno eran una broma, pero él las
había dicho con la sinceridad más absoluta. Cerró el puño con fuerza, deseando
que las cosas entre los dos fueran de otra manera y esperando que ella
comenzara a fijarse en él.
Entraron en el teatro y tras
ocupar sus asientos, comenzó la obra, Hamlet, y la vieron en completo silencio,
Mary absorta en la habilidad del actor y en cómo este interpretaba a la
perfección el papel del protagonista. Y Bruno absorto también, pero no en la
obra, sino en la facciones de Mary, absorbiendo cada dato que le pudieran
transmitir y guardándolo ferozmente.
El primer acto acabó y salieron fuera para estirar las piernas y hablar
de lo que les estaba pareciendo la obra. En una habitación del edificio,
estaban sirviendo bebidas para que los asistentes se refrescaran, así que Bruno
le dijo a Mary que lo esperara mientras él iba a por algunas copas para los
dos.
-¿Mary?
La espalda de Mary se tensó como una vara y despacio, rezando por estar
equivocada, se giró y se encontró cara a cara, mirada con mirada, con Robert,
el hombre que le robó el corazón y se lo rompió en pedazos hace cuatro años. Él
le sonreía y ella no podía articular palabra, acongojada.
-¡Qué
sorpresa verte!-exclamó acercándose a ella y besando su mejilla.- ¿Qué tal
estás?-preguntó sonriendo entre la barba.
Mary lo miró y comprobó los cambios que había sufrido, desde su barba
hasta su nuevo tinte de pelo. Cuando salían juntos, Robert apenas tenía
veintitrés años cuando comenzaron a salirle canas y comenzó a tintarse el pelo
de su color, castaño, pero ahora lo tenía rubio, a excepción de sus cejas que
seguían castañas.
-B…bi…en.-respondió,
recuperándose de la conmoción y deseando que Bruno llegara en seguida.- ¿Y tú?
-Mejor
no me puede ir. La empresa está sacando muchos beneficios y yo me estoy
forrando.-respondió prepotentemente.
Mary sabía que Robert siempre le había dado mucha importancia al dinero,
tanto que hace cuatro años le engañó con su jefa para poder ascender en la
empresa. Cuando ella se había enterado no había podido creerlo, segura de que
él nunca le sería infiel, pero había sido verdad y ella no había querido volver
a verlo nunca más. Sin embargo, ahí lo tenía de nuevo, enfrente de ella.
-¿Has
venido sola?-preguntó con sorna, seguro de su respuesta.
-Mi
amor, ya estoy aquí.-dijo Bruno con dulzura, pasando su brazo por la cintura de
Mary.
Lo miró con los ojos como platos y vio cómo disimuladamente Bruno le
guiñaba un ojo y lenta, muy lentamente, bajaba su cabeza hasta que sus labios
entraron en contacto. Mary se tensó en sus brazos, insegura, pero la boca de
Bruno comenzó a moverse sobre la suya con habilidad y en menos de un segundo,
Mary se había suavizado y relajado contra su fuerte cuerpo, devolviéndole el
beso y aceptando la invasión de su lengua. Sus sabores se mezclaron, el de
Bruno sabía a champagne y a ella le encantó.
A lo lejos, escuchó una tos molesta que la hizo volver a la realidad. Se
separó lentamente de Bruno, alzando sus ojos marrones hacia los verdes de él.
Estos brillaban con intensidad y la seguían mirando como si fuera un tesoro,
uno muy preciado que quisiera proteger siempre.
-Lo
siento mucho, Robert.-se disculpó Mary, tocando sus labios con dedos
temblorosos, insegura de lo que había sentido.
-Entiendo.
¿Es tu pareja?-preguntó señalándolo con desprecio contenido.
Mary abrió la boca para negarlo, no queriendo que Bruno le mintiera, ya
que no quería implicarlo en sus asuntos con Robert, pero él apretó su cintura y
sonriendo contestó él.
-Sí,
llevamos saliendo juntos alrededor de dos años.-respondió y tras besar su sien
con un beso rápido, añadió.-La quiero con locura.
-Ya
lo puedo ver por mí mismo.-replicó Robert mirando a Mary con una mueca de
desilusión.-Yo tampoco he venido solo, Clare ha ido a retocarse.-añadió, y Mary
estuvo segura de que lo hizo con intenciones de molestarla.-Un día deberíamos
quedar los cuatro y tomar algo juntos.
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