Ankara
Por ÉL,
vencí todos los miedos que sentía.
La
frialdad del metal se estrechaba en mis muñecas hasta alcanzar iracundo el
hueso. Aquellos grilletes acerados que pendían mi cuerpo del techo, en mitad de
la luz vespertina que se colaba curiosa a través de los postigos de la ventana
y que sumergían la estancia en una mágica espiritualidad, se convertían en
el hilván que me aferraba a su Voluntad, y que esclavizaba la mía a su antojo.
Dio un
tirón seco de la cadena, en cuyos extremos, se apuntalaban los cepos que
apresaban fuertemente una rebeldía casi congénita. Mis brazos y mi cuerpo se
tensaron al unísono en un golpe descortés, que puso en guardia todos mis
sentidos. Noté entonces como mis huesos se dilataban uno a uno, abrigando la
sensación de desquebrajase en el momento que ÉL así lo deseara. La tensión que
me exigía mantener aquella postura, provocaba que los músculos de los brazos y
de las piernas adquirieran un marcado relieve de su perfil, haciendo que mi
figura se estilizara en un único trazo que se enaltecía curvilíneo hasta el
infinito. El pecho se elevó, y la cintura se precisó en una curva esquiva y
cínica. Poema visual que atormentaba la mirada de mi Verdugo desde el otro lado
de la habitación, y que se confesaba como un sediento incapaz de satisfacer su
sed de contemplación. De reojo, observé como ÉL, ángel perverso de mi recato,
examinaba mi cuerpo bajo un deseo sexual declamado por el brillo lúbrico que
afloraba en sus ojos.
Mi
figura, expuesta, daba alas a su fantasía.
A la
pausada continuidad de unos minutos de desarrollada admiración estética y
artística ante el sugerente dibujo que le presentaba el esbozo de mi cuerpo,
erguido de aquella forma sublime, se adelantó unos pasos, astuto, taimado,
tanteando con la mirada la Tierra virgen aún por descubrir y pendiente de
conquistar, mientras acariciaba con una sutileza, corrompida por la falta de
virtud, el látigo de cuero que traía entre las manos. Tragué saliva, y mis
pupilas se dilataron por el miedo, hasta oscurecer la claridad de mis ojos, al
mismo tiempo que seguían atentamente la perversidad del movimiento de sus dedos
en la ejecución de aquel macabro pero excitante gesto.
Vendó la
incertidumbre de mi mirada con un lazo de seda negra, impidiéndome ver lo que
había de acontecer. “Los verdugos ocultan el rostro de sus víctimas en un
intento de preservar la moral” -me susurró al oído. Una moral moldeada a falsa
escuadra. Satirizada con burla a esas alturas. Una moral al uso a la que se le
había caído la careta, arrancada de cuajo de manos de su lujuria.
Sin más
ruido en la estancia que el sonido agitado de mi respiración, y la imperiosa
idea de que, la efigie de mi cuerpo, cobraba por momentos más belleza, -para
complacencia del color esmeralda de sus ojos-, con aquella postura subyugadora,
se distanció unos metros.
Detrás
de mí, el látigo restalló en el aire, devastándolo in misericorde a su paso, y
advirtiendo su magnificencia. El sonido huidizo y apagado de su chasquido al
restallar se clavó en la profundidad de mis nervios, agudizando una respiración
de por sí ya apurada. Los pulmones se asfixiaban codiciando dar paso al
torbellino de oxigeno que solicitaba la incertidumbre y la ansiedad de la que
estaba siendo protagonista. Contuve el aliento en un segundo que se me antojó
eterno. La piel palpitaba en un estupor emocionante, vibraba expectante
irguiendo cada vello, rompiendo cada poro, para impregnarme beoda de la esencia
de mi condena.
El
artilugio acarició elegantemente mi espalda, en un golpe rápido y seco. Una
sacudida me atravesó el cuerpo al sentir el calor del cuero castigar mi dermis,
instándome a curvar ligeramente la espalda, cuando el primero de los azotes
disciplinó riguroso mi torso, cuando por vez primera, probaba el sabor del
látigo. Todo el esnobismo de SU Alma de Amo, resplandecía brillante entre las
sombras que sangraba la estancia, envolviendo el ambiente en un hechizo místico
y fascinante del que me era imposible escapar. El aire se respiraba ya viscoso
en el lugar, denso, en un compendio misceláneo entre morbo y sexo, que se
internaba en la profundidad de los pulmones, arrebatando la cordura y violando
los sentidos.
- Quiero que cuentes cada uno de los latigazos con los que vas a ser castiga.-
ordenó con voz acerada.- ¡Comienza a contar!- exclamó sin más, en tono severo.
Omití su
orden y guardé silencio mientras el simposio de sensaciones que me acometían,
pugnaban por intentar fluctuar de una manera menos anárquica de lo que lo
hacían.
Anhelar coherencia y flema para mis emociones en esos momentos, se convertía en
una tarea ardua a la que no podía hacer frente.
- Creo que eres consciente, Mi Muñequita de Porcelana, de las consecuencias que
acarrea hacer que te repita una orden dos veces.- habló nuevamente, rompiendo
el sepulcral silencio instalado en la habitación.
Lo
sabía, y como bien percibía ÉL, era plenamente consciente, que no sé si
consecuente en ese instante, de su severidad, del rigor con el que su Autoridad
podía recaer sobre mí. Mimetizarme con Sus Deseos se presentaba como el menor
de los males.
-¡Comienza!- me ordenó.
- Uno…- dije rotunda.
Un segundo
latigazo cayó sobre mí sin premeditación, dejando un marcado relieve de color
púrpura, como legado nuncio de su movimiento serpenteante y avasallador.
- Dos…
El
látigo cortó el aire por tercera vez, descargándose de nuevo en mi espalda. Su
trazo quemaba la piel hasta realzar su licencioso contorno.
- Tres…- murmuré, apretando fuertemente con las manos la cadena que unía los
grilletes que sujetaba mis muñecas.
El
siguiente golpe hizo contraer toda la musculación del cuerpo, que se retorció
ligeramente sobre sí mismo. Una conocida sensación de hormigueo, latía
guarnecida sin ser percibida, entre mis piernas.
- Cuatro…
El
zumbido sibilante del látigo al cortar el aire, resultaba hipnótico, como el
bisbiseo susurrante y seductor de una Pitón, batiendo mis oídos. Su ondulado
sonido desinhibía la carnalidad de mis instintos y mataba todos mis fantasmas.
- Cinco…- dije, dejando entrever mi dulce suplicio.
El
látigo continuó silbando en la estancia, dejándome el tiempo necesario para
respirar entre cada uno de los lances que ÉL me confería. Experimenté un morbo
que parecía dominar a todas las demás sensaciones.
- Seis…
- No te oigo bien.- dijo irónico.-
Repite más alto.
-¡Seis…!- coreé, elevando una brizna
el tono de voz.
De forma
repetida, el flagelo restañó en mi cuerpo diez veces, como Epitafio de la
Soberanía que disfrutaba sobre mi Entrega. Aquel artilugio, empuñado implacable
por su férrea mano, no hallaba obstáculo en encontrar el camino hasta mi
espalda.
Las
lágrimas que humedecieron la venda que cubría mis ojos, atestiguaban el
refinado dolor que atravesaba mi torso, en la decena de filigranas inmortales
que lo surcaban de un lado a otro, atenuando con generosidad, el sufrimiento
que dulcemente me acercaba a ÉL, a Mi Señor.
Elegante,si caer en soeces ni vulgaridades....Me gusta...el bdsm ahi que tratarlo con cuidado y esmero, y tu lo estas consiguiendo
ResponderEliminarUn bs
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias, Marilì, por anotar esas percepciones sobre mi relato. Como bien dices, el bdsm hay que tratarlo con la hermosura que se merece. ankara.
ResponderEliminarP.D: Suprimí el comentario para añadir simplemente que espero te gusten los siguientes capítulos.
Un saludo.
EL BDSM DE HERMOSO NO TIENE NADA, ES ENFERMIZO. Y EN MI OPINION VOLVIO EL RELATO MUY DESAGRADABLE. PODRIA HABER SIDO BELLISIMO POR LO BIEN REDACTADO QUE ESTA, SI HUBIERA ENCARADO EL SEXO Y EL ROMANCE DESDE UN LADO SANO Y SIN DAÑAR SUSCEPTIBILIDADES.
ResponderEliminarNO ES UNA CRITICA OFENSIVA, SI A TI TE GUSTAN ESAS PRACTICAS NO ES DE MI INCUMBENCIA, PERO YO CREO QUE CON TANTO TALENTO PARA NARRAR Y DESCRIBIR DEBERIAS RELATAR ALGO MAS TRADICIONAL SIN ENTRAR EN ESAS INCLINACIONES SEXUALES PARA QUE CUALQUIER LECTOR PUEDA DISFRUTARLO. SALUDOS
la belleza como se suele decir esta en los ojos de quien mira. Lo que no entiendo es que si no te gusta por que sigues leyendo porque me imagino que leerias desde el principio
Eliminar