Alison McGregor
-Es una idea estupenda.-respondió
Bruno sonriendo.
-Me tengo
que marchar, un placer haberte conocido, Bruno.
Mary vio cómo su ex novio se iba y cuando estuvo segura de que no podría
oírle, se giro hacia Bruno enfadada.
-¿Por
qué has hecho eso?-preguntó con frustración.
-Tú
no podías verte la cara cuando estabas a solas con él. Simplemente me partiste
el corazón y sentí el impulso de ayudarte.-respondió con sorpresa como si le
pareciese ilógico que hiciera preguntas.
-
Ahora se piensa que estamos juntos, Bruno.-replicó con impotencia.
-¿Y
dónde está el problema?-preguntó, alzando la voz.-Y si estás pensando en volver
con él, te diré que no voy a permitirlo. Estuve junto a ti cuando lo dejasteis
y tardaste meses en recuperarte, no permitiré que vuelvas a pasar por lo mismo,
Mary.-explicó con preocupación.-Además ya lo has escuchado, el también tiene
pareja.
Mary lo miró y supo que tenía razón. Por eso mismo jamás volvería con
Robert, ya que ella no era de las que tropezaban dos veces con la misma piedra.
Su corazón ya se había roto una vez, y no pensaba consentir una segunda.
-Jamás
volvería con él y lo sabes, Bruno, pero no quiero implicarte en esto. No tienes
por qué hacerte pasar por mi novio.
-Créeme,
no será ningún sacrificio, preciosa.-respondió, sonriendo y enseñando todos sus
dientes blancos.
Mary lo miró con preocupación, pero desistió, ya que sabía que Bruno era
muy cabezón y cuando algo se le metía entre ceja y ceja, era imposible hacerle
cambiar de opinión. Terminaron de ver la obra y tras terminar, decidieron irse
directamente al piso, ya que Mary estaba agotada y Bruno tendría que madrugar
al día siguiente.
Subieron las escaleras y llegaron al piso de Mary donde, tras abrir la
puerta, se giró y le sonrió, curvando los labios hacia arriba.
-Gracias
por todo, Bruno. Ha sido una noche preciosa.-lo besó en la mejilla y tras
separarse, vio su ceño fruncido mientras la miraba con disgusto.- ¿Qué ocurre?
-Preciosa,
ahora somos novios y esto no es una despedida adecuada.-respondió y, antes de
que ella pudiera articular una palabra, la atrajo hacia él y volvió a besar sus
labios.
Las manos de Mary volaron a su nuca, y su boca se abrió a la suya por
puro instinto. Cuando sus lenguas volvieron a entrar en contacto, Mary gimió
con sorpresa, incapaz de creer que eso pudiera estar sucediendo. Ningún hombre
hasta ahora la había besado jamás con tanto dominio y pasión contenida. Su
cuerpo le exigió que se pegara al suyo y ella no fue capaz de negarse, mientras
las manos de Bruno viajaban por su espalda.
-Esto
sí es una despedida.-comentó Bruno con voz ronca, mientras sus ojos verdes
brillaban.
Incapaz de decir nada, vio cómo Bruno se alejaba hacia las escaleras y
subía hacia su piso. Entró al suyo y, al cerrar la puerta, se apoyó contra esta
y suspiró con asombro. Ella siempre había considerado a Bruno su mejor amigo y
sí, reconocía que era tan atractivo como el mismo demonio, pero jamás había
sentido hacia él nada parecido como esa noche.
Se desvistió y se metió en la cama, incapaz de entender las emociones
que la habían embargado desde que había vuelto a ver a Robert esa noche.
Desnuda y cubierta por una fina sábana, intentó dormir, pero sueños húmedos la
acosaban y horrorizada, comprendió que en todos ellos aparecían unos ojos
verdes y unas manos que la tocaban donde más le gustaba. Miró hacia el techo y
suspiró, intentando despejarse, pero no dio resultado y, finalmente, cogió la
sábana y se tapó por completo hasta la cabeza, ardiendo de vergüenza.
Una semana después, mientras preparaba la comida, sonó el timbre y,
limpiándose las manos en el camino, fue a abrir la puerta. Bruno se encontraba
en el otro lado con un aspecto horrible y Mary lo invitó a pasar mientras le
preguntaba qué le ocurría.
-Trabajo.
He tenido que trabajar mucho esta semana y me ha pasado factura.-respondió
cansado y sentándose en el sofá.
Se había pasado todos estos días sin verlo y Mary se había comenzado a
preocupar, temiendo que fuera por la noche del teatro, pero ahí estaba la
respuesta. Fue hacia la cocina y al volver, le colocó una bandeja con un plato
de comida y un vaso con agua en la mesa de en frente.
-Mary,
déjame decirte que a partir de este momento te amo con locura.-dijo, mientras
miraba con adoración los filetes.
Ella rió y lo observó mientras devoraba los filetes e intentaba
explicarle el trabajo que había tenido esa semana. Cuando terminó de comer,
apoyó la espalda en el sofá y suspiró con satisfacción mientras sus ojos se
cerraban con cansancio. Mary cogió la bandeja y la llevó al fregadero donde la
dejó para luego fregarla más tarde.
-Ah,
por cierto, me he encontrado esta mañana con Robert y me ha recordado lo de
quedar los cuatro juntos.-comentó cuando ella volvió y se sentó junto a él en
el sofá.
-Pero
¿dónde le has visto?-preguntó con sorpresa.
-En
la cafetería donde desayuno todas las mañanas.-respondió, encogiéndose de
hombros.
-¿Y
qué le has dicho?-preguntó de nuevo, comenzando a sospechar.
-Que
sí, naturalmente.-respondió Bruno con lógica y al ver la mirada que ella le
lanzó, añadió.-Es una gran oportunidad para que le demostremos que estamos
juntos y muy enamorados.
Mary lo miró con desconfianza, no confiando del todo en ese plan. Al
reconocer que no le serviría para nada oponerse a los planes de Bruno, suspiró
con resignación.
-¿Qué
día hemos quedado?-preguntó, suspirando de nuevo.
-El
sábado, es decir, mañana.-respondió, levantándose del sofá y cogiendo su
maletín, dispuesto a irse antes de oír las quejas de Mary.
-¿Mañana?-preguntó
abriendo la boca por completo.
-Sí,
pasaré a por ti sobre las diez.-comentó y ya en la puerta dijo.-Por cierto,
gracias por la comida, me ha sabido a gloria.
-De
nada. Pero…
Bruno se agachó con rapidez y la besó dulcemente, apartándose al
momento.
-Adiós,
preciosa.-se despidió sonriendo y se volvió hacia el rellano, dejando a Mary
sorprendida por ese beso.-Ahh, ponte algo sexy mañana, quiero que Robert se
muera de la envidia.
Y desapareció por las escaleras, dejando a una Mary con la mandíbula
colgando y el cerebro paralizado. ¿Por
qué me ha besado de nuevo? No entendía el comportamiento de Bruno, pero
tampoco se entendía así misma, ya que ella respondía a cada uno de sus besos.
Cerró la puerta y comenzó a limpiar su piso, esperando, aunque sin
saberlo, que el tiempo pasara rápido. Estaba expectante, pero no estaba segura
de si era por volver a ver a Robert o, sin embargo, por volver a pasar más
tiempo junto a Bruno.
Ya en su cuarto, tumbada en su cama y esperando a que le venciera el
sueño, no podía evitar pensar en Bruno, desde que lo había conocido por primera
vez cuando se había mudado a este piso, hasta que se había despedido de él en
su rellano con un beso fugaz. Frunció el ceño hacia el techo, intentando
comprender por qué sus entrañas se contraían cada vez que recordaba cada beso
que le había dado, y por qué, maldita sea, intentaba engañarse a sí misma.
Era una estupidez negarlo, porque la verdad era que se sentía atraída
por él y por cada roce de sus manos. No estaba enamorada, todavía no, pero sí
reconocía que su cuerpo vibraba cada vez que Bruno se encontraba cerca. Y, por
fin, después de reconocerlo, pudo dormir tranquila.
Se levantó al día siguiente y lo primero que hizo fue ducharse. Después
pasó todo el día limpiando el piso, con cientos de estremecimientos
recorriéndole el cuerpo cada vez que pensaba en esa noche.
Cuando llegó la hora, corrió a ducharse de nuevo y a arreglarse. Salió
de la ducha y, con la toalla secando su cuerpo, fue hacia su dormitorio y abrió
el armario, todavía sin saber qué vestido elegir. Y, entonces, la vio, la
pequeña caja donde estaba la lencería que le había regalado África. La cogió y,
sentándose en su cama, la abrió. Suspiró, admirando el tacto del encaje. El
conjunto era precioso y, cogiendo las braguitas, se imaginó con ellas puestas,
cómo la tela negra destacaría con su piel cremosa.
Sabía que ella nunca se había puesto nada tan sexy, pero por una vez
quería hacerlo y disfrutar con ello. De todas formas nadie se lo iba a ver.
Sacó un vestido azul eléctrico del armario y se lo probó frente al
espejo. De estilo vaporoso, cubría casi sus pies y le daba un aire de elegancia
que le encantaba. Los tirantes finos se ajustaban a sus hombros, y el escote
era en forma de pico, revelando más de lo que ella esperaba. Aún así, quería
ponerse ese vestido y sentirse sensual con él. Miró el reloj y corrió a ponerse
unos zapatos blancos abiertos por delante.
En frente del espejo, comprobó su peinado y, finalmente, decidió hacerse
una trenza de raíz. Sus ojos brillaban con expectación y, justo cuando
terminaba de aplicarse un poco de maquillaje, el timbre sonó y su estómago se
contrajo, revelando su estado de excitación.
Abrió la puerta y, al ver a Bruno, casi dejó de respirar, ya que estaba
para lamer cada parte de su cuerpo. Vestido con un traje negro y una camisa
rosa abierta hasta el pecho, se veía guapísimo y Mary tuvo que contenerse para
no babear delante de él.
Bruno, estupefacto, no podía dejar de mirar a Mary y su saludo se le
había quedado atascado en la garganta. Nunca la había visto tan sexy y tuvo que
tragar saliva varias veces antes de poder articular una palabra.
-¡Vaya!-exclamó,
sin poder apartar la vista de su cuerpo.-Estás…
-¿Estupenda?-intentó
ayudarle Mary riendo, y dando una vuelta sobre sí misma.
-No.-respondió
Bruno con voz gutural, acercándose a ella en un par de pasos. Cuando Mary lo
miró a los ojos, hipnotizada, añadió.-Divina.
Mary tragó saliva, nerviosa, se alejó de él y de su endiablada boca, y
cogió su bolso blanco. Sonriendo, él la acompañó hasta la puerta del coche y se
la abrió. Cuando llegaron al restaurante, Mary se bajó y entró.
Dentro del restaurante, todo era lujo y elegancia y Mary sospechó que lo
había elegido Robert, fiel a ostentar su dinero. Cuando entraron, Robert ya los
estaba esperando en una mesa junto a una mujer rubia. Mary frunció el ceño,
sintiéndose insegura, ya que esa rubia estaba espectacular, incluso parecía una
modelo con ese aspecto tan frío.
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