Ankara
En sus manos, mi inocencia estaba perdida.
La puerta se cerró con un ruido sordo. El
crujido de la cerradura cuando la llave dio dos vueltas para cerrarse,
consiguió helarme el corazón y la sangre.
La sinuosidad de los rayos vítreos de la luna se
filtraba perezosamente a través del enorme ventanal, rasgando la media luz que
se cernía sobre la habitación. Lamiendo una penumbra debilitada en su opacidad
por la escasa iluminación que habitaba en el lugar, y que me impedía mantener
un óptimo contacto visual con ÉL.
Insuficiente luz para satisfacer la expiación
curiosa que instigaba a mis pupilas, no permitiéndolas alcanzar a ver más allá
de la elegante silueta que se perfilaba, difusa y presuntuosa, bajo el
anonimato que le garantizaba el juego de las sombras, en una estancia
victoriana que nos entregaba su Alma, en medio de un aroma con esencia a
jazmín, emanado por una docena de velas prácticamente consumidas.
- Estoy esperando.- oí decir, rompiéndose el silencio hueco que gravitaba sobre
nosotros.
Su voz sonaba firme, exacta, inconmovible ante
un ornamentado pudor que atacaba cruelmente mi timidez. Una marabunta de
sentimientos convulsos parecía despedazar mis entrañas en una súplica por
abrirse camino. Acabé de girarme despacio, y mis ojos buscaron con porfía la
elegancia que reverberaba de su figura. Acomodado en un sillón frente a mí, con
las piernas ligeramente separadas, majestuoso, con talante señorial, se erigía,
cual Rey en su trono, cual Zar en su sitial, cual Sultán en su harén, cual Dios
en su altar mayor, ÉL. Rey entre Reyes, Zar entre Zares, Sultán entre Sultanes
y Dios entre Dioses, saboreando con gusto exquisito, un miedo y una vergüenza
que se me volvían detestables en su presencia. Entre la media luz del lugar,
advertí que tenía el torso desnudo. El sinfín conjunto de músculos, tensionados
por el deseo y afinadamente definidos por la sed carnal que lo hostigaba, se
esculpían rigurosos y perfectos como una Obra Maestra forjada bajo el virtuosismo
de la mano de Oro del prodigioso Miguel Ángel o del estilístico Bernini. Un
Adonis de carne y hueso tomaba forma humana a través de la penumbra.La suya,
era la belleza de un animal peligroso, salvaje, que me provocaba escalofríos.
Su porte destacaba su virilidad tanto como la
subrayaba su pantalón.
Con semblante riguroso, casi con una crueldad
divertida en su rostro, la lascivia de su mirada rastreó como un perro de presa
la desnudez tímida, -engalanada únicamente con unos zapatos negros de altísimo
tacón y unas braguitas que descendían a su capricho a la altura de los
tobillos-, que manifestaba cada poro de mi cuerpo, tembloroso, vulnerable,
indefenso ante su déspota postura. El deseo lo acosaba insurrecto,
revolucionario, sin prudencia, sin receso, sin darle tregua. Concurría
sedicioso en la impavidez de su expresión, en la inmovilidad de su ser, en la
plenitud ignota de su mirada, en la calma de su voz, incluso en la aquiescencia
de su controlada respiración.
Me miraba apetitoso, voraz, ansioso, con ojos
ávidos por tomar aquella figura que ya le pertenecía, que ya sabía suya. De
hurtar un placer todavía por descubrir en mi cuerpo y de satisfacer en el suyo,
de alimentar la apetencia de su ser, descubriendo al mío a través de su lujuria,
en una prolongada sacudida sin retorno, que me situaba en mi lugar, justo donde
debía estar, donde tenía que estar, donde quería, donde me correspondía ante
ÉL.
Se levantó remisamente y, con un abandono
estudiado y metódico en su caminar, se aproximó hasta mí, serio, protocolario
como un ceremonioso ritual. Un estremecimiento se abrió de nuevo paso por mis
entrañas, mientras mi carne se rasgaba febril al rastro que el recorrido de la
impudicia de sus ojos, trazaba a lo largo del ahogo del que estaba siendo
testigo mi cuerpo, al mismo tiempo que sus pasos, en solemne procesión,
sentenciosos como los de un Verdugo, acortaban la distancia que lo acercaba
hasta mí, permitiendo que la luz me descubriera a medida que avanzaba, cada
centímetro de su piel y obligándome a entrecortar la respiración hasta casi
hacerla dolorosa dentro del pecho.
Él, se volvía terrenal con sus caricias, con sus palabras, con su
voz…
¡Oooh! ya quiero leer las demás partes de este relato.
ResponderEliminar;)
ResponderEliminarcomo me encantaaaaaaaaaaaaa*-*
ResponderEliminarMe gustó. Te dejo el mío. http://divinaestacion.blogspot.com/
ResponderEliminarhola sólo he leído una parte de este primer relato y me ha parecido espectacular creo que tienes un talento exquisito para la escritura, soy nueva en esto de los relatos eróticos y creo que esta parte es perfecta, desvela los secretos de manera muy limpia y no tan directo al grano como otros que he leído, he de felicitarte una vez más humildemente ahí dejo mi opinión, gracias
ResponderEliminarMe ha encantado. Ya sabrás que escribes de forma evocadora e inteligente pero no está de más volvértelo a decir porque las buenas críticas nunca son demasiadas.
ResponderEliminarMe he enganchado, me leo todas las partes ¡YA!
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