Capítulo 1
- Me encanta el Jona
– opinó casi babeando Yolanda.
-
¿El Jona? ¡Pero
si tiene cinco años más que
nosotras tía!
– exclamó su amiga Verónica.
-
Y qué. ¿No lo
ves? ¡Está como un tren!
-
No te lo
discuto, ¿pero cómo piensas conseguirlo?
-
Fácil. Ir a la
misma discoteca a la que va él.
Verónica se echó a reír. Yolanda levantó las cejas
sorprendida.
-
¿Qué? – le
preguntó.
-
¿Y cómo
piensas entrar? Solamente tienes dieciséis años, y aparentas catorce.
-
Lo dices por
mis tetas, ¿verdad? – Yolanda se las
tocó
cogiéndose los melones con las dos manos y las subió y bajó -. Son estupendas.
-
Sí, lo son.
Pero él se fijará en las de su edad.
Yolanda volvió a subir las dos cejas hacia arriba
arrugando a la vez la frente.
-
Querrá una
buscona – aclaró su amiga.
-
Y la
encontrará – finalizó Yolanda.
Las dos amigas, dejaron de comer pipas y se
levantaron del muro de la plaza, en el que siempre
estaban sentadas, para volver a sus casas. Jonathan había desaparecido por una
esquina.
-
Ni si quiera
te ha mirado al pasar, ¿cómo piensas
seducirle?
Yolanda suspiró poniendo los ojos en blanco.
-
No es lo mismo
estar con estos trapos puestos – se
señaló la ropa con los dos brazos –, que ir vestida
de putita.
-
Tus padres te
matarán.
-
Mis padres se
irán a la casa de campo y me dejan de
nuevo sola el fin de semana. ¿Qué más puedo pedir?
-
¿Puedo
quedarme a dormir en tu casa?
-
¡Claro! –
exclamó contenta Yolanda – Será
divertido.
-
¡Bien!
Entonces, ¿qué te pondrás para mañana?
-
Dirás que nos
pondremos, porque vendrás conmigo.
-
¿Y si no nos
dejan entrar? – Preguntó Verónica
mordiéndose las uñas.
-
Confía en mí,
nos dejarán.
-
Yoli, cada vez
que veo esa sonrisa tuya me da
miedo. No pensarás seducir a los porteros, ¿verdad?
-
Se hará lo que
se pueda, para poder entrar.
-
Dios mío… no
hagas que me arrepienta…
-
¡Calla! –
exclamó Yolanda riéndose.
Las dos amigas, se despidieron cuando Verónica
llegó a su casa. Yolanda siguió su camino hasta que
llegó a la suya. Allí, estaban sus padres preparando la cena. Ella fue a
lavarse las manos y se sentó a la mesa.
-
No tengo mucha
hambre – se quejó.
-
Normal –
exclamó su madre -. Si dejaras de comer
porquerías antes de la cena, seguro que ahora
tendrías hambre.
-
Solo he comido
cuatro pipas.
-
Multiplícalas
por diez.
-
Si claro… -
murmuró Yolanda.
Su madre era una maniática respecto a la cocina. Siempre la tenía bien
recogida y limpia. Le gustaba
cocinar y preparaba unos buenos platos suculentos y
postres deliciosos. Pero Yolanda estaba en una edad, que solamente picaba como
los pollos, así que nunca se terminaba su plato.
El padre se sentó a la mesa y la madre le imitó. Los
dos tenían el cabello oscuro, su madre largo y
rizado y su padre corto estilo militar.
La madre trabajaba de administrativa en una
inmobiliaria y su padre trabajaba de encargado en
una empresa de construcción.
Yolanda, todavía tenía que terminar el último curso
de la ESO, para poder seguir estudiando o comenzar a
buscar un trabajo.
La cena fue muy light. Su
madre había preparado
pescado blanco rebozado, acompañado de un poco de
arroz hervido. A Yolanda no le gustaba mucho comer peces, pero sabía que eran
sanos y que no engordaría por muchos que se comiera.
Una vez en su cuarto, se encendió la radio mientras
abría la mochila y sacaba los deberes para el día
siguiente. Todavía quedaba terminar el último trimestre y se le estaba haciendo
demasiado pesado. Se le acumulaban muchos deberes de diferentes asignaturas, le
pedían trabajos que solo podía recopilar información en la biblioteca y por
internet. Y todo para no saber, qué estudiaría una vez que terminara la ESO.
Dejó sobre el escritorio su estuche, el libro de
matemáticas y la libreta de la misma temática. Sacó
su agenda y buscó el mes y día en el que estaban. Hoy era viernes, y le habían
mandado deberes de todas las cinco clases, que había tenido en todo el día.
Comenzó por las matemáticas, porque si lo dejaba
para el final, acabaría por cerrar el libro sin
terminar de hacer los deberes.
Así estuvo durante dos horas, hasta que decidió
tomarse un descanso encendiendo el ordenador
portátil. La radio estaba sintonizada en una emisora de música progresiva, en
la que apenas era interrumpida para anunciar publicidad.
Cuando el portátil terminó de cargarse, se metió en
la red social Facebook, para saber si alguien le
había pedido alguna solicitud de amistad, o le habían enviado un privado, y
para poder leer las entradas de sus amigos. Así se podía enterar de muchas
cosas.
Su amiga Verónica estaba conectada, pero no quiso
escribirle nada. Miró el icono de amigos y no estaba
rojo, con lo cual, nadie le había pedido ninguna solicitud de amistad.
Estuvo leyendo comentarios, felicitó a algunos
amigos que cumplían años y por último buscó a
Daniel, el chico de su clase, estuvo mirando atentamente su foto de perfil.
Era guapo, pero todavía tenía cara de niño. Su pelo
era rubio y sus mejillas abultaban un poco a causa
de los granos, pero tenía unos labios bonitos y los dientes también. Sus ojos
eran los típicos marrones, pero su hermano… oh su hermano… Él había heredado
todo lo bueno de sus padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos… Era la
perfección, un Adonis y la tenía loca de amor.
Jonathan era el hermano mayor de Daniel. Su pelo
era negro y sus ojos eran verdes como la caña de
bambú. Le gustaba dejarse crecer un poco la barba y bigote, pero la cuidaba muy
bien. Él no tenía ningún rastro de granos, así como su hermano. Era más alto
que Daniel, y fuerte, ya que acudía tres veces por semana al gimnasio, así que
tenía un cuerpo divino de la muerte y ella ansiaba poder tocarlo.
Buscó dentro de la página de Daniel y allí debajo de
su foto de perfil, encontró el nombre de Jonathan,
etiquetado como hermano. Yolanda clicó en la imagen y salió la página de él. No
lo tenía agregado a amigos, ni tampoco quería hacerlo. Con ver su cara en la
foto de perfil se conformaba.
Suspiró de amor y cerró los ojos. Como le gustaría
poder besar esos labios tan carnosos que tenía.
Acariciar su pelo, su barba creciente, sus abdominales, su pecho, su culo, su…
Abrió los ojos, ya que se dio cuenta de que se
estaba acariciando su sexo. Ese Jonathan la excitaba
de una manera que no podía detenerse. Observó la foto y se metió la mano dentro
de sus braguitas.
Suspiró al rozar su clítoris con el dedo. Como le
gustaría que aquel roce fuera provocado por
Jonathan. Siguió rozando su clítoris excitado, mientras introdujo la otra mano
también dentro de sus braguitas. Se metió un dedo dentro de su sexo y lo sacó
para después volverlo a meter, mientras con el otro dedo seguía el ritmo
rozándose.
Jonathan… si pudieras follarme…, pensaba
Yolanda mientras llegaba poco a poco a un orgasmo.
Vaya un comienzo!, mira lla niña como sabe k hacer para darse autoplacer!, jajaja
ResponderEliminarAki m kedo ansiando la continuación y enviándote y fuerte besazo, muak!!!