Y el pulso se le
disparó cuando vio la mano de él resbalar por su abdomen, descendiendo
tranquila y atravesando la cintura del pantalón, para recolocar su erección. Lo
hacía a propósito. Estaba mostrándole que es lo que había allí para ella. Si lo
quería.
Y lo quería, pensó
tragando saliva.
Cuando se pegó de nuevo
a su cuerpo, apoyando una mano en la pared tras ella, otro beso profundo y
húmedo le arrancó leves jadeos, su boca trabajándosela con total maestría.
Separó sus labios para poder tomar aire cuando sintió la mano de él acariciando
su sexo empapado. Por debajo de sus braguitas, desde detrás. ¿Cómo había
ocurrido?, pensó con un ligero mareo, sintiendo el dedo de él resbalar
demasiado fácilmente adelante y atrás. Al segundo siguiente, estaba
penetrándola sin ningún tipo de dificultad.
No podía más. Tenía que
acariciarlo, pensó desesperada por conocer algo, lo que fuera, de él, antes de
que ella misma perdiera el control. Sin dejar de besarlo, sus manos torpes por
el placer desabrocharon la camisa que cubría su torso, dejándola abierta y
colgando de sus fuertes hombros. Y por fin pasó las manos sobre la piel
caliente y suave, lampiña, subiendo desde el vientre marcado hasta el pecho. Se
sobresaltó al sentir algo duro sobre un pezón. Y sobre el otro. Gimió, un eco
del gemido de él. Aros de metal.
Los cogió con los dedos
y jugó con ellos, provocando que la garganta de él profiriera pequeños gemidos
graves, que acicatearon su excitación, y que las caderas masculinas perdieran
un poco la cadencia, alternando algunas embestidas más fuertes.
La idea de hacerle
perder el control la espoleó, volviéndola más audaz.
Era lo justo, pues él
estaba atentando peligrosamente contra el suyo propio, con dos dedos entrando y saliendo de
su húmedo interior y su polla caliente presionando en lentos pero continuos
vaivenes su clítoris.
Por dios, necesitaba sentirlo. No la suave y
cálida dureza cubierta por la ropa. Si no el acero candente sobre su propio
cuerpo.
Esa idea le hizo dejar
los aros de metal para descender directamente a su bragueta, atacando los
botones con cierta desesperación. Desabrochó el primero y contuvo un gemido al
notar ya la punta roma. Era grande, joder.
Y no llevaba ropa interior…
Miró hacia abajo para
contemplarlo cuando logró liberarlo del todo, el gemido de él vibrando todavía
en sus tímpanos, al tiempo que le mordisqueaba el cuello y su mano seguía
enterrándose en ella. La polla balanceándose en el aire, soberbia en su
enormidad, la abstrajo. Aun en la penumbra, podía percibir que estaba surcada
por venas, la cabeza hinchada y brillante.
Despacio, descendió
hasta quedar de cuclillas, la espalda apoyada en la pared, provocando el
abandono de la mano masculina. Él la miraba desde arriba, jadeando levemente, con las manos apoyadas en
el muro.
Fijó de nuevo la vista
al frente, el miembro apuntándole, y contempló extasiada cómo aparecía
lentamente una gota transparente en la punta del mismo. Se lamió los labios
inconscientemente y escuchó un sensual gruñido salir de él, al tiempo que
balanceó las caderas.
Ahora mismo.
Sacó la lengua para
lamer la incitante gota y a partir de ahí, los gemidos no se detuvieron. Lamió
la punta, chupando como si fuera un helado. Succionando. Los sonidos que él
profería la animaban a seguir, pero no era necesario. Se sentía famélica, de
repente. Lo cogió con la mano para enfocarlo bien y se lo introdujo en la boca,
ciñendo los labios conforme volvía a sacarla. Comenzó a repetirlo, cogiendo un
ritmo cómodo para ella. Y se percató de que él había esperado a eso, porque de
repente fue consciente de que no era ella quien se movía.
Él estaba follándole la
boca, sin tocarla más que con su sexo, al ritmo que ella había establecido.
Tuvo consciencia de que él sabía que ella no solía hacer este tipo de
cosas con desconocidos.
La estaba volviendo
loca escuchar sus gemidos mezclándose con los de la pareja que había al fondo
del callejón. Ella misma gemía también, quedando el sonido amortiguado por la
carne caliente que penetraba su boca, reverberando sobre ella.
Miró, como pudo hacia
arriba. La boca abierta de él, limitada por los sensuales labios llenos, los
ojos entrecerrados, brillando por el placer, sin mirarla directamente a ella.
Las manos crispándose apoyadas sobre el muro de ladrillo.
Ella llevó su propia
mano a su sexo. No podía retrasarlo más. La zona estaba completamente mojada y
los dedos resbalaron fácilmente, como antes lo habían hecho los de él.
Introdujo tres dedos, acariciando su brote con el pulgar, llevándose
peligrosamente al límite con sólo un par de caricias. Debió de proferir algún
tipo de lamento, porque los ojos de él la enfocaron de repente, mudando la
mirada nublada por una muy consciente. Un gruñido al comprobar dónde se
encontraba su mano y ella sintió la primera convulsión de su polla.
Los densos chorros
calientes se dispararon en su boca sin que él desviara ni por un segundo su
mirada, ni dejara de embestirla. Tragó al tiempo que sentía su propio sexo
contraerse, comprimiendo los dedos, y tuvo que dejar escapar el miembro de
entre sus labios para poder tomar aire, jadeando, cayendo los últimos chorros sobre su
barbilla y cuello.
Al mirar de nuevo hacia
arriba, descubrió en él una sonrisa divertida y jadeante. Le ofreció una mano,
que ella aceptó enseguida, y la alzó, poniéndola de pie otra vez. Le acarició
la mandíbula, recogiendo algo de lo que había salido de su cuerpo y, acto
seguido, lo chupó. Ella miró encandilada el movimiento. Su corazón se aceleró
al sentir las pasadas de su lengua recoger el resto que había quedado esparcido
por su barbilla también y luego besarla profundamente, rápido, duro y sin ambages.
Cuando separaron sus
bocas, lo vio trastear en el bolsillo trasero de su pantalón que,
milagrosamente, aún se apoyaba sobre sus glúteos. Sacó un preservativo y rasgó
el envoltorio con los dientes, al tiempo que la instaba a girarse contra la
pared.
Ella creyó que no
aguantaría de pie, porque las piernas le temblaban de deseo y anticipación. Dios mío, sí. Aquello no se
terminaba allí, pensó con alivio, mientras lo notaba acoplar su cuerpo a su
espalda.
─Abre las piernas.
Aquel simple susurro
suave e íntimo junto a su oído casi la lanza a las estrellas. Su voz grave era
una sensual mezcla de erotismo y picardía en proporciones adecuadas. Pensó que
lloraría si no la escuchaba otra vez.
Obedeció, apoyando las
manos ella esta vez en la pared e inclinando el cuerpo ligeramente hacia
delante. Ofreciéndose. La tela mojada de su ropa interior fue apartada y
enseguida sintió la dura erección, que no había perdido un ápice de su firmeza,
deslizarse a lo largo de su sexo, resbalando. Adelante y atrás, la cadencia ya
era erótica en sí misma.
Jadeando, sintió cómo
su mano alcanzaba un pecho fácilmente a través del ancho escote, pues no
llevaba sujetador. El pezón se tensó bajo sus dedos, que lo acariciaban
alternando pases suaves con apretones más agresivos, enviando ramalazos de
placer a lo largo y ancho de su cuerpo. Quiso apretar las piernas. Su lengua se
paseó por su cuello, húmeda, apretando la bolita de metal en determinados
lugares que la hicieron gemir.
Quería que suplicara,
estaba segura…
─Por favor…─su voz más
un quejido que otra cosa.
Sintió la sonrisa de
sus labios en la piel de su cuello y acto seguido, su polla penetrándola en una
lenta y firme estocada. Los dos gimieron… y gimieron y gimieron con cada envite
que sucedió. Comprobó de nuevo lo ancho que era, la mágica fricción que
producía en sus paredes internas al entrar y salir.
El chico siguió
marcando el ritmo y ella no podía hacer otra cosa que mantener la postura
apoyada en la pared. Sus jadeos y gemidos ahogados muy cerca de su oído le
reverberaban por todo el cuerpo, sintiendo ganas de sacudirlo y decirle que
dejara de contenerse y gritara, si era preciso. Su lengua, con la dichosa bolita metálica, seguía conjurando
magia por toda su nuca y los laterales de su cuello, enviando escalofríos de
gozo a lo largo de su espina dorsal.
Sintió un tirón entre
sus piernas. Luego otro. Y otro más y después la explosión de un orgasmo que la
cegó, lentas oleadas que la obligaron a apretar los párpados y a morderse el
antebrazo para no aullar del placer.
Cuando las olas
remitieron, se dio cuenta de que él no había cesado en el ritmo ni por un
segundo. Con el rabillo del ojo, percibió movimiento a unos metros de ellos y
una pareja surgió de la oscuridad, entre besos y risas. Escondió la cara entre
sus brazos, muerta de la vergüenza, y notó que él la cubría un poco más,
protegiéndola de posibles miradas.
El ritmo se acrecentó,
ella rompió a sudar, prorrumpiendo ya en jadeos incontrolables. Pasando a un
estado eufórico, en el que todo lo que no fuera lo que sentía entre las piernas
y el resto de su cuerpo le era completamente indiferente. Los jadeos apenas
contenidos en su oído junto con el aumento de velocidad de sus caderas, que se
movían cual pistones, le informaron de lo cerca que estaba ya él. Además, lo
sentía palpitar en su interior.
Una de sus manos
descendió como un rayo hasta el vértice que formaba su sexo, acariciando el
centro resbaladizo de su placer sin ningún comedimiento y ella sustituyó con su
propia mano las caricias en sus pechos.
Mordiéndose el labio
inferior, los ojos cerrados, abandonada al gozo, comenzó a contraerse de nuevo
alrededor de la polla ardiente y lo escuchó gruñir, espoleando su placer.
Iba a correrse de
nuevo. Lo supo y se lanzó a ello al sentir el cuerpo a su espalda contraerse de
arriba abajo un segundo y luego la frente de él buscando apoyo en su hombro.
Los orgasmos fueron lentos y largos, sin dejar de moverse ambos, ya totalmente
descompasados.
Terminaron apoyados los
dos contra la pared, buscando recuperar de nuevo el resuello. No se creía lo
que acababa de hacer.
Se giró y él dio dos
pasos atrás, dejándole espacio para que se recompusiera la ropa, mientras él
mismo se deshacía del condón, guardando su miembro y abrochando los botones de
su bragueta.
Ella se subió las
bragas, mirándolo de tanto en tanto de reojo. Tenía la cabeza gacha y los ojos
ocultos por mechones pajizos, que le disparaban rápidas miradas verdes al
tiempo que abotonaba lentamente su camisa.
─Gracias ─lo escuchó
musitar, conforme pasaba una mano por su mentón. Y ella sonrió despacio, boba.
Vio cómo empezaba a
alejarse hacia atrás y se giraba para desaparecer de su vida.
─¡Espera! ─maldijo
mentalmente su impulso. Él se giró, escrutándola y ella terminó en un murmullo─:
Tu nombre…
Le deslumbró con una
amplia sonrisa sin ambages.
─Sergio. Me llamo
Sergio.
Y desapareció por la
boca del callejón.
Yo ya lo leí en su blog y he de confesar que me encantó!, k bien kerida k te animaras a compartirlo akí también, en este bello rinconcito! >.<
ResponderEliminarSaludos y besos para las dos, muak!
excelente relato me encanto..
ResponderEliminarMuchas gracias Dulce y Kimberly por vuestras palabras... Me alegra que os guste! :)
ResponderEliminarUn besote!
Excelente sin ser vulgar a pesar de la situacion
ResponderEliminarExelente!...Bien contado, te coloca en la situación...
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