Brianna Wild
Hacía calor. A pesar
de que su ropa era ligera y veraniega, ésta se pegaba a su cuerpo en algunos
puntos de su espalda. Apartó su melena de la nuca y se abanicó, en un
improductivo intento de refrescarse, al tiempo que paseaba la mirada a su
alrededor.
La masa informe de
sudorosos cuerpos se movía al ritmo pesado de la música dando la sensación de
ser un enorme y oscuro ente dotado de plasticidad que la envolvía. La penumbra
del lugar, únicamente surcada por los haces de luz de color, hacía difícil distinguir
nada que no fueran las barras al fondo enmarcadas por llamativas luces de neón.
Allí, apoyado en el
extremo de una de ellas, lo vio. Con postura indolente, sus antebrazos sobre el
metacrilato, la espalda inclinada hacia delante y la cabeza girada. Sus ojos
fijos en ella. Aquel verde parecía el único color distinguible en el lugar.
Se quedó mirándolo,
hipnotizada. Vestía unos vaqueros desgastados y una camisa oscura, no del todo
amplia. Lucía una ancha pulsera de cuero en la muñeca izquierda, la única que
ella veía desde allí, y el pelo claro revuelto, como si alguien hubiera estado
pasando los dedos entre los mechones. El chico acercó a su cara el botellín de
cerveza con el que había estado jugando entre sus manos y el movimiento reveló
un destello en su oreja. Contempló con ávidos ojos cómo los labios se unían a
la boca de la botella y creyó estar loca al considerar condenadamente sensual
el movimiento de éstos al succionar el líquido. Sintió que la temperatura del
local aumentaba varios grados al observar la nuez del cuello masculino moverse
arriba y abajo al tragar.
Desvió la mirada
bruscamente al darse cuenta de que él no se perdía detalle de su expresión. El
calor inundó su rostro de forma fulminante. Era el momento de ir a los aseos a
refrescarse con agua, decidió, asombrada por se reacción.
Pero antes volvió a
mirar en dirección al chico misterioso, chocando con su mirada fija en ella de
nuevo. En ese instante, las palabras del DJ sonaron a través de los altavoces,
seguidas de un estruendo musical y toda la gente de la sala levantó las manos
en alto imitando al pinchadiscos. Lo perdió de vista.
Y cuando la gente
recuperó su postura original, él había desaparecido de la barra.
Miró alrededor en su
búsqueda, asustada de la nota de desesperación que le atenazaba, pero fue en
vano. Se había esfumado, dejándola sumida en un estado que ella misma ni
siquiera era capaz de reconocer.
Moviendo la cabeza con
gesto negativo, sonrió, pensando que quizá lo había imaginado. Pero el calor
perduraba en su cuerpo, así que continuó con su plan inicial de visitar los
servicios.
Se abrió paso como pudo
entre la gente, algunos saludándola. Otros yendo un poco más allá e intentando
algo más. Rozó varios cuerpos mojados de sudor y se secó con la mano. Ella
misma estaba empezando a transpirar.
Se alegró de no tener
que hacer cola; los servicios eran enormes y estaban, para su sorpresa,
aparentemente limpios y bien decorados. De las paredes color burdeos colgaban
espejos de estilo recargado, los marcos con retorcidas florituras doradas. Los
lavabos tenían forma de concha y los grifos imitaban piezas antiguas e
igualmente doradas. Se apoyó en uno de los que había libres, mirándose al
espejo.
Algunos mechones de
pelo se habían pegado a su rostro a causa de la transpiración y comprobó que
parte de la fina tela de su corto vestido también se pegaba a su cuerpo.
Escuchó un sensual sonido seguido de una secuencia de gemidos provenir de uno
de los excusados y apretó las piernas fuerte, un leve jadeo escapando entre sus
labios.
¿Pero qué le pasaba?
Se echó algo de agua a
la cara y la nuca, masajeando ésta última y diciéndose que aquello no se iba a
solucionar de forma tan sencilla. Miró a la chica del lavabo contiguo, que le
dedicó una sonrisa cómplice al escuchar más lamentos de otro excusado.
Se iba a casa.
Necesitaba estar en casa. Sola en su habitación.
Al salir, agradeció la
suave brisa que le acarició la cara y le removió la larga melena. La
temperatura en la isla blanca no era demasiado elevada, a pesar del
mes en que se encontraban. Sin embargo, debido justamente a la época del año,
la calle estaba abarrotada de gente, risas y música sonando por doquier.
Una de las ventajas de
ser una nativa era que conocía caminos menos transitados, en caso de querer
estar más tranquila. Tomó una de esas calles, relajando el paso, sintiendo
como, por fin, la ropa se iba soltando de su piel al tiempo que el aire la
secaba.
Más serena, reflexionó
mientras caminaba sobre sus sandalias planas sobre lo que había ocurrido en el
interior de la discoteca. No había sentido un ramalazo de deseo igual nunca
antes. Mucho menos con la sola mirada de alguien penetrando en su alma. Nunca.
Antes. Igual.
Rió, sintiéndose tonta.
Su imaginación le jugaba malas pasadas. Y, como queriendo vengarse de ese
pensamiento, la imagen vívida de ella besando los carnosos labios que se habían
amorrado a la botella, lamiendo la marcada nuez de Adán… estalló en su cabeza.
Gimió. Era imposible
desear de esa forma a alguien que sólo has visto una vez, durante unos minutos.
Era imposible, pero lo
hacía. La imagen del chico rubio se le había grabado a fuego y comenzó a
fantasear con ella.
Perdida como iba en un
huracán de tentadoras visiones y situaciones sugerentes, no se había percatado
hasta ese momento de los pasos constantes y sutiles, aunque perfectamente
audibles en el silencio de la noche. Fue consciente de que la estaban
siguiendo. Con el corazón en la boca, aligeró disimuladamente el paso, un
impulso incontrolable. La intriga luchó con el temor, provocando que la sangre
se precipitara en sus venas e hizo un velado intento de girar apenas la cabeza
para comprobar su sospecha.
Apenas alcanzó a ver un
destello áureo y el calor volvió a sonrojar sus mejillas.
El chico rubio. Estaba
completamente segura, pensó, lamiéndose los labios, nerviosa. Algo asustada,
aceleró sus pasos, sólo para comprobar que los que le seguían aceleraban
también. Aparte de alguna pareja demasiado enfrascados en ellos mismos como
para percatarse de algo, no había absolutamente nadie alrededor.
Más que saber,
presintió que le ganaba terreno y en el preciso momento en que valoraba si
echar a correr, una mano se cerró sobre su muñeca deteniéndola en seco.
No se giró. El aire
comenzó a salir en pequeñas y rápidas exhalaciones de su boca, el corazón
golpeando tan fuerte que pensaba que iba a hacer un maldito agujero en su pecho
para escapar calle abajo.
Se quedaron así, tan
quietos que imaginó que se habían convertido en estatuas de piedra y los
encontrarían allí al salir el sol. Cuando estaba a punto de gritar, de
terror o frustración, no lo sabía, él comenzó a acariciar la parte interna de
su muñeca con el pulgar, en suaves pasadas que enviaron rayos placenteros a
través de su brazo y a lo largo de su cuerpo.
Una petición
silenciosa.
Inspiró hondo, dejando
escapar el aire despacio. Sintiendo que el húmedo ambiente que los envolvía
estaba a punto de empezar a chisporrotear. Un suave, apenas perceptible, tirón
de su mano.
Y ella claudicó, sin
poder evitarlo.
Se giró, enfrentando su
verde mirada. La que le había obsesionado durante los últimos tres cuartos de
hora. La que le abrasó la piel en ese justo instante. Fue capaz de leer en
ella.
La determinación. El
anhelo, el deseo crudo. Las promesas de placer. Su intención de no dejarla
escapar esa noche. Sintió un escalofrío atravesar su ser.
Lentamente, él empezó a
caminar hacia atrás, sin dejar de acariciar en ningún momento su muñeca ni
desconectar sus ojos de los suyos. Tirando de ella como un maldito imán.
Nerviosa –e impaciente, reconoció- se dejó arrastrar, sin ver, sin saber hacia
dónde. Sólo veía en modo túnel y al final del mismo únicamente estaba su rostro
de piel suave. Además de los de la oreja, un tercer piercing taladraba su ceja,
constató sin centrarse demasiado en el asunto.
De repente, quería
saber más. Le invadió la urgencia de conocer su nombre, quién era y de dónde.
El deseo descarnado y misterioso de escuchar su voz. De hundir ella también las
manos en su pajizo cabello. De descubrir su cuerpo a través del tacto.
Cuando se detuvieron,
miró a su alrededor, tomando conciencia del lugar. Un callejón sin salida,
oscuro, apenas dos manzanas de donde se habían visto hacía parecía un siglo.
La acorraló hasta hacer
que pegara su espalda a la pared. Las manos le quemaban de la necesidad de
tocar el cuerpo de aquel chico, sus nervios destrozados por saber qué iba a
pasar exactamente allí. A qué estaba dispuesta ella misma.
Se asustó de lo que le
pedía su cuerpo.
-¿Cómo te lla…?
–intentó. Mas la frase quedó en suspenso al rozar él sus labios con un dedo,
una petición muda.
No iban a hablar. Eso
estaba claro.
El dedo dejó de
presionar para pasar a acariciar suavemente sus labios. Sin dejar de mirarla,
acercó sus caderas a su cuerpo, diciéndole silenciosamente lo que quería de
ella. Gimió al notar lo que él guardaba entre sus piernas, caliente y enorme.
Se lamió los labios, un gesto nervioso, y pasó la lengua sin querer por el dedo
de él.
Y escuchó un gemido
quedo que le supo a gloria y envió un rayo de placer directo a su centro.
Con gesto pausado,
volvió a sacar la lengua y repitió la caricia. El dedo enseguida estuvo en el
interior de su boca, los ojos de él fijos en la acción. Lamió con fruición,
cerrando los ojos, lentamente, con suaves pasadas de su lengua que humedecieron
el apéndice. Pronto captó el movimiento que él realizaba, entrando y sacando su
dedo, como si estuviera follándole la boca con otra parte de su anatomía. Gimió
al sentir exactamente la misma cadencia en el balanceo de la parte inferior de
sus cuerpos.
Su sexo se humedecía
por momentos. Abrió los ojos y tuvo la sensación de que él esperaba ese gesto
preciso para adelantar su rostro y unir sus bocas abiertas, uniéndose las
lenguas en un beso lento que, en cuestión de segundos, pasó a ser absolutamente
salvaje. Porque el feliz descubrimiento de que llevaba otro piercing en la lengua la hizo apretar
de nuevo las piernas.
Él se alejó, respirando
entrecortadamente. Observó cómo su pecho subía y bajaba y sintió ganas de coger
ambas solapas de la camisa y tirar sin piedad de ellas. Parecía adivinar sus pensamientos,
porque una de las comisuras de su boca se alzó en una sexy sonrisa.
Se escuchó un profundo
gemido seguido de una sarta de improperios y ambos desviaron la vista hacia el
fondo del callejón, sin ver más que absoluta oscuridad. Al parecer, no eran los
únicos que habían elegido aquel lugar para su encuentro. Sonrió para sí, y él
debió de pensar lo mismo, porque su propia sonrisa se terminó de esbozar en su
rostro. La idea le pareció increíblemente morbosa.
;) a ver si os gusta Sergio..
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