viernes, 3 de agosto de 2012

Relato Habitación 609 parte 4 de 4


VIII. SUSURROS



La erección de Mike saltó contra su vientre mientras seguía el calculado movimiento de los muslos de Karen. Calculado y a la vez espontáneo porque dudaba seriamente de que alguna vez se hubiera abierto de piernas de esa forma para otro hombre. También dudaba que jamás hubiera sentido semejante necesidad de sentirse poseída. Podía verla en cada contracción de su sexo, los jugos brillantes escurriéndose de su centro, llamándolo a voces; los músculos rosados y tiernos apretándose por la expectación.

Podía hacerla suplicar por sus caricias, por un solo roce de su lengua. Pero estaba más cerca de lo que había imaginado de rogar el mismo por tener el privilegio de adorarla. Si antes lo había excitado, ahora estaba completamente rendido a sus pies.

Lentamente inclinó la cabeza, hasta acabar enterrado entre sus tersos muslos. Aspiró su olor a mujer excitada y decadente, al mismo tiempo que cerraba los ojos para amplificar sus otros sentidos, los más importantes. El olfato funcionaba a la perfección. Gracias al tacto advirtió que se humedecía más cuanto más se acercaba y gracias al oído supo que había contenido el aliento a la espera de que el juego llegara más lejos. Fue el gusto el que terminó de endurecer su palpitante erección.

Mmm… Espesa miel salada en su boca. Puro dulzor picante contra su lengua. Todo un arsenal de espuma ardiente exclusiva para él.

Abrió más los labios, hundiendo la lengua en su cavidad, al mismo tiempo que pasaba los brazos bajo sus piernas consiguiendo un mayor acceso a su premio. Casi quemaba su piel. Probablemente lo haría si él no hubiera estado ya en llamas.

Cerró los dedos sobre la excitante morbidez de sus nalgas, levantándola aún más hacia su boca. Bebía de ella con avidez, tomaba con ansia las lágrimas de su necesitado deseo. Si seguía empujando en su interior la haría explotar en un delicado orgasmo. Sus ojos ya veían las contracciones pulsando en su vientre y las notaba apretando su lengua.

Pero no quería para ella un clímax delicado, sino una potente invasión de éxtasis. Y eso lo conseguiría con su miembro bien clavado en ella. Se correría rodeando su dura extensión y él conseguiría así perderse en su ansiada liberación.

Karen gimoteó cuando las manos se posaron sobre sus pechos hinchados, los pulgares jugando con sus pezones endurecidos y oscuros. También protestó cuando la boca se alejó de su centro y empezó a calmar a besos el pálpito ansioso de su vientre. El pico de placer al que la había acercado se fue perdiendo en la lejanía, dejándola jadeante y caliente, al borde de la súplica

—Mike —gimoteó en protesta.

—Lo sé

El aliento húmedo impregnado de su sabor se enroscó en su estómago, mandando oleadas de deseo insatisfecho por todas las terminaciones nerviosas de su enfebrecido cuerpo.

—Lo sé —repitió esta vez mientras acariciaba con la lengua la parte inferior de un pecho—. Pero te correrás apretando mi sexo, Karen, cuando me arranques un orgasmo con esos carnosos labios que ahora empapan mi vientre.

Ella pensó entonces que por fin había alguien había descubierto su punto G, tan bien protegido en la materia gris de su cerebro, porque con esa descripción había vuelto a llevarla casi a lo más alto de la más imperiosa de las necesidades.

Mike, por supuesto, lo notó. Alzándose sobre sus poderosos brazos le susurró directamente a sus neuronas cómo tenían que comportarse para hacerles llegar de un solo empujón a la mismísima cima del Everest.

Y lo hizo. La catapultó directamente hacia ese lugar que pensó que jamás conocería, con cada centímetro y pulgada de su glorioso sexo.



IX. ÉXTASIS



Ni siquiera dolió la primera penetración como había esperado. La delicada cabeza de su sexo, que apenas unos minutos atrás había rodeado con sus labios, se había acoplado de forma deliciosa entre sus pliegues, dejando que estos lo chupasen hacia su interior, como suaves besos de su boca. Solo que más calientes. Aún más mojados.

La fricción habría resultado insoportable si no se hubiera introducido más hondo en su cuerpo, con lentitud pero con firmeza, dejando que los músculos de su vagina lo apretaran a placer, lamiendo toda su extensión en una caricia que pareció eterna. Un jadeo, un gemido y un leve empujón después se había enterrado en aquel lugar que le había esperado ya demasiado tiempo. Su necesitada humedad bañó la piel de su vientre y el nacimiento de sus testículos, que se golpearon ansiosos contra sus nalgas.

Las manos de Mike la abrían lo suficiente para poder ubicarse entre sus piernas y aún más, para que el ángulo de unión fuera perfecto; para que la penetración resultara completa. El olor a sexo los rodeaba como un perfume afrodisíaco. Los labios del hombre todavía brillaban por los besos a su boca y a su centro. Karen conservaba en la lengua el sabor de su propio flujo, bebido desde la misma fuente que había alimentado su deseo. Los ojos de ambos se clavaban en el ansiado acoplamiento. Parecía un sueño que los cuerpos encajaran con semejante precisión.

La euforia que el miembro de Mike había despertado en sus sentidos, aumentó cuando él pareció crecer aún más en su interior, alcanzando un punto especialmente sensible. Su cuerpo se arqueó involuntariamente, hundiéndole más si es que eso era posible. Sentía los párpados lánguidos y pesados, amenazando con cerrarse y privarla del placer de su visión. Luchó por mantenerlos abiertos y ganó el combate en el mismo momento en que las caderas del hombre se deslizaron hacia atrás, retirándole el contacto por el que tanto había rogado.

Fue entonces cuando vio el preservativo que se había puesto de forma apresurada, tanto que ella no se había dado cuenta. Estaba cubierto por una película de resbaladizo lubricante. El más perfecto de todos. El de su propio cuerpo.

Su miembro amenazó con marcharse casi por completo, ignorando la potente succión que quería apresarle para siempre en su interior. Fue sólo un instante que se hizo eterno. Un momento que aumentó la estimulación de sus sentidos: El aroma a deseo los envolvió, dotando a sus movimientos de la solemnidad de un rito místico y ancestral que había dado vida al mundo. El recuerdo del sabor a hombre en sus papilas gustativas volvió como un recuerdo torturador. El perezoso sonido de las manos de Mike acariciándole los muslos, el lento resbalar de su erección completa emergiendo de su centro, el gemido gutural del hombre instantes antes de que sus riñones se tensaran y una acometida inundara de nuevo su feminidad. La visión de su miembro invasor hundiéndose con fiereza dentro del cuerpo que había reclamado como suyo. Era el tacto, sin embargo, el que les permitía disfrutar de cada instante de penetración, de sus almas saliendo la una al encuentro de la otra.

La habitación se colmó de la energía del sexo mientras las dos figuras aumentaban el ritmo de la primitiva danza. Karen se abría a él, al mismo tiempo que lo estrechaba con fuerza. Los chasquidos de su cuerpo al unirse se hicieron más ruidosos en tanto la electricidad en el ambiente se volvía más espesa. Los cuerpos se sacudían con la fuerza de las emociones y el control empezaba a escapárseles de las manos.

El juego de poder y manipulación daba paso al de la búsqueda del placer. La seducción se perdía en la entrega. Ya no eran un hombre y una mujer sino un solo sexo hecho de dos en perfecta armonía suspendidos en un mundo de sensaciones enardecidas. Dos cuerpos que se aferraban con ansia esperando el momento de la caída que los llevaría a las puertas del Paraíso.

Y al fin dos gritos encerrados en un mismo aliento cuando todos los sentidos se fundieron en uno. Cuando la gloria resultó ser completa al poder ser compartida.



X. LA VICTORIA



—¿Qué tal te fue con el hombre de la tarjeta?



A cada segundo su mente se perdía en los sucesos de esa habitación 609, que tanta dicha le habían traído. Su vida parecía haber mejorado de forma notable. No sólo ella se veía más hermosa, sino que los demás también lo hacían. Los problemas parecían menos irritantes y las alegrías mucho más intensas. Se sentía viva. Por fin se sentía mujer.

Los hombres se volvían a su paso, lanzándole miradas de deseo, mientras que las mujeres la observaban con profunda envidia. Casi sentía lástima por ellas. Pero no hacía tanto tiempo que Karen se había contado entre las integrantes de sus filas.

Por un momento pensó en pasarles la tarjeta de la felicidad. Una visita a ese hombre misterioso y todas las mujeres serían capaces de aceptar la verdad. «Nunca serás capaz de amar, si no te amas a ti misma.» Y de igual forma esa enseñanza se podía aplicar al deseo. Pero a saber si Mike seguiría todavía allí o había vuelto al infierno del que había salido, porque sólo en brazos del mismísimo diablo habría sido capaz de dejarse invadir por semejante lujuria.



—Fue algo sublime.

—¿Crees que volverás a verlo?



¡Ojala! Pero lo dudaba. Mike no era un hombre para ella. Era un hombre destinado al placer de todas las mujeres. Y sería la más egoísta de su sexo si se propusiera privarlas de semejante regalo.

Aquella noche había agotado todas sus papeletas. Habían hecho el amor de tantas maneras, habían llegado al éxtasis tantas veces, que supo sin necesidad de preguntar que sus caminos no volverían a encontrarse.

No importaba, le había dejado unos recuerdos exquisitos y unas valiosas enseñanzas. Y se habían despedido de la mejor manera: con potentes y desgarradores orgasmos.



—No es probable

—Karen, te noto cambiada.



¡Y tanto! Nunca más volvería a ser la apocada mujer que dejaba pasar la vida, mirando desde un rincón. Seguiría aprovechando las oportunidades que se le presentaran, viviría minuto a minuto. Precisamente porque eso era el momento: el aquí y el ahora. No valía de nada esperarlo en un futuro, ni pensar que ya se había ido y no se había aprovechado. Las cosas importantes en la vida sucedían ni más ni menos cuando tenían que suceder. Sólo había que tener el valor suficiente para convertir los pensamientos en acciones, los deseos en verdades absolutas.

¡Sí, había cambiado! Y daba gracias a Mike por haberla ayudado.



—Me encontré a Peter el otro día

Una sonrisa perversa ensanchó sus labios carnosos, hinchados por los labios de un amante.

—Yo también



Y estaba bien acompañado, como siempre. Esta vez de una morena despampanante que chupaba con sus labios siliconados el lóbulo de su oreja. Sus manos se perdían bajo la mesa y, probablemente, bajo sus pantalones. El descaro natural del hombre afloró al primer vistazo.

—Increíble, no vas abrochada hasta la barbilla.

Se limitó a sonreír, con los ojos clavados en la rosada lengua de la mujer y más tarde en sus pechos, demasiado prietos como para ser naturales, que se apoyaban en el brazo del hombre. No había fallado, las uñas rojas de la Barbie, acariciaban el grueso miembro de su ex, que se sacudía por el deseo y crecía bajo su mirada.

—¿Quieres unirte a nosotros? —preguntó con maldad.

—No —había contestado señalando a la mujer—, quiero unirme a ella.

Había pasado sobre ellos, colocándose junto a la complaciente y sorprendida joven que había detenido el movimiento de sus dedos. Karen los tomó, raspando sin pena la piel delicada del glande, y se los llevó a la boca, lamiéndolos uno por uno, lanzando promesas silenciosas con sus ojos. La mujer gimió y le siguió el juego, pensando que era otra de las bromas de su amante.

Nada más lejos de la realidad. El hombre las miraba boquiabierto, perdido en la marea de ira y odio que poco a poco le iba invadiendo. Su miembro cayó fláccido contra su vientre, ante la visión de dos mujeres que compartían el placer, que se sabían capaces de complacerse mutuamente. Peter era de esa clase de hombres, de los que se excitaban atando a una mujer a él y no comprendían su libertad. Eso le daba su poder. Y ella se lo estaba quitando.

Sonrió de nuevo mientras tomaba la boca de la morena en la suya, mientras chupaba sus labios mullidos y llevaba la mano a la ardiente oscuridad bajo su falda.

—Está mojada, Peter. Mucho —ronroneó lamiendo su cuello—. Te gustaría follarla, ¿verdad? Y sin embargo soy yo quién va a hacerlo —la morena gimoteó cuando sus dientes apretaron los senos tirantes, humedeciéndolos por encima de su camiseta. Dos círculos mojados hicieron transparentes la tela de su camiseta, dejando a la vista la oscuridad de sus pezones—. Voy a follarla hasta que grite de placer, hasta que espante a todos los clientes de este apestoso bar. También dejaré que ella me folle y entonces, me correré, entorno a sus dedos bien clavados dentro de mí y ella podrá lamer el jugo de mi orgasmo.

La mujer se retorció bajo su toque experto y arqueó la espalda, alzando los pechos hacia su boca.

—Ella conseguirá lo que tú no hiciste nunca, Peter. Puedes quedarte, mirar y aprender cómo se hace. O puedes irte cuando gustes. El caso es que, aquí, ninguna te necesitamos.

Lo había ignorado desde ese preciso instante, dedicándose a dar placer a la mujer que se estremecía junto a ella, suplicando por más.



—Ya te lo dije —sus labios se curvaron aún más, expresando en esa sonrisa toda su satisfacción—. Peter es historia.






— FIN —

9 comentarios:

  1. Espectacular!, pedazo de relato!, me ha gustado muchisimo!. A ella le hacia falta un buen polvo como ese, y el chico supo complacerla, jejeje

    La narracion es perfecta y de facil lectura. Felicito a la autora.

    Saludos y besos, muak!!!

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  2. Excelente relato! Es asi como nos damos cuenta que a veces lo que necesitamos es un buen polvo que nos haga salir de la rutina

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  3. Excelente . Muy bien relatado y muy buen tema

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  4. Excelente . Muy bien relatado y muy buen tema

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  5. Quierooo, Soy Meretriz Así Q Lo Gago Muchas Veces, Y He Tenido Todo Tipo De Experiencia, No Solo Malas Otras Impresionantes, Y Aún Así me Siguen exitando Los Buenos Relatos Eróticos

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  6. Excelente narración!
    De lejos la mejor del genero que haya leído hasta ahora.
    Te felicito por este espectacular relato y te animo a que escribas muchos más ;)
    Fue un placer leerte...literalmente!

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