martes, 31 de julio de 2012

Relato Habitación 609 parte 1 de 4



Diana Fernández Rivera (Kyra Dark)



I. LA TARJETA



—¿Tú qué harías si un hombre te diera una tarjeta?

—¿Qué hombre?



Su memoria se internó en el pasado reciente. ¿Qué hombre? Recordó una loca carrera a través de un restaurante, chocando con carritos y bandejas; con camareros enfadados que apenas podía ver a través del velo de sus lágrimas. Los gritos sorprendidos de la gente la siguieron hasta la calle, donde siguió corriendo, empujando a más gente, que se volvía airada en su dirección.

A él no pudo empujarlo y cayó al suelo, quedando sin aliento al alzar la mirada.



—Un desconocido —hizo una pausa para aspirar el humo del cigarrillo—. Un completo desconocido.

—¿Es atractivo?



Su cuerpo se estremeció al visualizar de nuevo los duros músculos de su abdomen, perfectamente delineados bajo la ajustada camiseta negra. Sus pectorales desarrollados, sus pezones endurecidos. Sus propios pechos se tensaron al recordar la calidez de las grandes manos levantándola; los bíceps abultados bajo sus frágiles dedos. Volvió a recordar las facciones duras y angulosas, tan morenas en contraste con sus ojos ambarinos… Se maldijo por no haber tocado ese pelo negro que caía desordenado a ambos lados de la mandíbula.



—Sí —exhaló el humo y apagó el cigarro—. Mucho

—¿Y qué pone en la tarjeta?



El hombre la había observado detenidamente, casi como si estuviera espiando su alma. La soltó un instante, sin preocuparse por estar parados en medio de la calle, entorpeciendo al resto de los peatones, que maldecían y la empujaban sin piedad. A él no le tocaba nadie. Sacó una tarjeta del bolsillo y se la tendió. Su voz grave aún continuaba enroscada en su estómago, mandando oleadas de placer a su vientre y más abajo.

—Ven esta noche —ni un saludo, ni un nombre, ni una sonrisa—. Tengo algo que tú necesitas.

Sin más, la dejó allí parada, recorriendo con la mirada los caracteres negros que adornaban la sencilla tarjeta blanca de un conocido hotel.



—Una dirección y una hora. A medianoche. Habitación 609.

—¿Y Peter?



No quería recordar su despedida, ni las duras palabras que la otorgó en el privado del restaurante, mientras pellizcaba el pezón desnudo de una rubia despampanante y la otra mano se perdía en su falda bajo la mesa. El gemido agudo que soltó la mujer fue prueba más que suficiente para saber qué estaría haciendo con los dedos entre sus piernas.

—¿La ves? —había preguntado Peter con una sonrisa—. Está mojada y me caben tres dedos en su vagina. Está excitada. Mueve sus caderas contra mi mano. Probablemente me pedirá que la folle poco antes de llegar al orgasmo —la miró a los ojos mientras continuaba dando placer a la rubia—. Tú ni siquiera abrirías los ojos para decirme que me apartara. Ni te humedecerías con mis caricias. Tus pezones ni siquiera se pondrían duros en mi boca. Mira éstos —bajó la cabeza para lamer el botón tirante—. Duro y jugoso. Puedo lamer cada arruga de su carne —estrujó el pecho en la mano, haciendo gimotear a la mujer—. Podré beberme los flujos de su corrida en unos instantes. ¿Cuándo has sido tú capaz de llegar al orgasmo?

Se arrodilló entre sus piernas y pronto pudo oír los ruidos que hacía su lengua al limpiar la humedad de la rubia. No apartó la boca para espetar:

—Vuelve cuando realmente quieras que te folle un hombre.

Entonces había corrido, dejando a la rubia gritando de placer y al hombre bebiendo su orgasmo.



Encendió otro cigarrillo y aspiró con fuerza el humo.

—Peter es historia.

—¿Irás esta noche?

Sacó de nuevo la tarjeta blanca y leyó las letras impresas en negro. Medianoche. Habitación 609.

—Creo… Creo que sí.



II. INSTRUCCIONES PARA UNA NOCHE DE PLACER



Un sobre granate se apoyaba en la puerta de la habitación 609. Supuso que sería para ella y lo cogió, mirando a ambos lados del pasillo y rogando porque no apareciese nadie justo en ese momento. Afortunadamente, estaba desierto.

Rasgó el sobre y sacó un folio en blanco, escrito a bolígrafo con una caligrafía angulosa y elegante.



«Instrucciones para una noche de placer»



El pulso se le aceleró hasta límites insospechados. ¿Pero de qué estaba hablando ese loco? Se sintió tentada de salir corriendo, pero la curiosidad pudo más que su miedo y continuó leyendo.



«1.- Cierra los ojos unos minutos y relájate.»



Como era su costumbre, desoyó la orden y abrió los ojos aún más. ¡Qué se relajara! Si estaba a punto de darle un infarto.

Sí, bueno, a lo mejor era por eso…

Volvió a mirar a su alrededor. Todavía nadie. ¿Cuánto tardaría en aparecer algún huésped y descubrirla ahí parada como una idiota? Decidió seguir leyendo antes de largarse de allí a todo correr.



«2.- Esta vez, obedece la orden. Cierra los ojos, acalla tu mente y relájate.»



Sonrió muy a su pesar. ¡Maldición! ¿Cómo podía saberlo? Casi parecía que estuviera escribiendo la carta mientras observaba sus reacciones por alguna cámara oculta.

«No pienses en cámaras ocultas» se dijo.

Respiró hondo un par de veces antes de seguir las instrucciones de la carta. Había venido buscando… algo… Y fuera lo que fuese, lo encontraría. Cerró los ojos y acorraló los enloquecidos pensamientos en un rincón de su conciencia… que permanecería cerrada con llave hasta que saliera del hotel. Necesitó más de unos minutos para calmarse.



«3.- Desabrocha un botón de tu blusa.»



Un pobre consuelo para el hombre, la llevaba abotonada hasta arriba. Esa fue una orden que no le costó obedecer.



«4.- Quítate las medias»



¿Aquí en medio?

Sí.

La voz sonó en su cabeza, como si él hubiera estado dentro de ella. Se quitó los zapatos después las medias, con rapidez, guardándolas en el bolso en cuestión de segundos.

Ya había pasado toda etapa de resistencia. Sentía mucha curiosidad por el hombre que se atrevía a darle órdenes a través de una hoja de papel, convencido de que las seguiría una a una, tarde o temprano.

1 comentario:

  1. Muy interesante!! me entere de tu blog porque vi el enlace en el blog deja volar la imaginacion y me ha encantado tu blog

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