miércoles, 20 de febrero de 2013

Fresas y Nata. Parte 1 de 4



Alison MacGregor

África volvió a mirar por la ventana por decimoséptima vez en los cinco minutos que llevaba en la cocina. Se sentía algo patética, pero no podía evitarlo. Desde que se había mudado el nuevo vecino al piso de en frente no había dejado de espiarlo. Llevaba así una semana y dos días contados. La verdad, cualquiera que estuviera en su situación haría lo mismo, ya que el tío estaba como un queso. Y por si fuera poco, el tío se paseaba desnudo por su casa sin importarle que una mujer como ella, que llevaba sin echar un polvo más de un año, pudiera estar mirándole con la baba colgando. Definitivamente el mundo era cruel.

   Salió de la cocina y se dirigió al televisor a ver el primer programa que la despejara. Lo encendió y justamente oyó la puerta de en frente abrirse y cerrarse al momento. No supo cómo ni cuándo su cerebro ordenó a sus pies salir corriendo hacia su propia puerta y abrirla. Pero sí supo cuándo su cerebro registró en su memoria al tío más guapo que había poblado la tierra. Su pelo negro y mojado por el agua estaba un poco largo, pero a ella le encantó, sus ojos oscuros realmente la derretían y su boca era perfecta e irresistible. Definitivamente el mundo no era cruel.

   África se sintió algo ridícula ahí en su puerta mirándolo embobada y él mirándola como si esperara que le hablara. Obviamente no podía decirle que había salido a verlo. No.

            -Hola.-dijo.- ¿Has llamado tú a la puerta?-preguntó con las mejillas como un tomate de la vergüenza. Realmente era algo patético como excusa.
            -No.-respondió sonriendo.
            -Ahh.- ¡Qué patética!-Habrá sido un gamberro listillo.-dijo pobremente. Que la tierra la tragara, por Dios.
            -No sé. Yo no he visto a nadie.-dijo volviendo a sonreir.-Por cierto, me llamo Sergio.-dijo alargando la mano para estrechársela.

   África la tomó y sintió su fuerte apretón en los dedos. Se fijó en ellos, se dio cuenta de que eran alargados y masculinos y, ante todo, no llevaban alianza. Las mejillas se le sonrojaron ligeramente, o eso esperaba, cuando pensó en sus dedos y lo que podrían hacer. Su horror creció al darse cuenta de su obsesión por ese hombre. Apartó la mano de él como si fuera ácido.

            -Yo soy  África.-respondió. Buscó desesperadamente un tema de conversación para retenerlo un poco más.
            -Un nombre peculiar.-dijo sonriendo, pero sin enseñar los dientes. África se extrañó un poco por esa sonrisa, ya que parecía un poco falsa.
            -Bastante.-dijo, pero realmente el tema de su nombre no le interesaba mucho.- ¿Conoces a muchas chicas con ese nombre?-preguntó.
            -Solo una. Fui con ella a la Universidad. Éramos muy buenos amigos.-respondió y sintió como si sus ojos la escrutaran en busca de una respuesta.
            -¿Erais? ¿Ya no os veis?-preguntó curiosa.
            -No.-respondió serio.-Me tengo que ir. Un placer conocerte.

   Y sin más, se marchó escaleras abajo. África frunció el ceño extrañada por su despedida brusca y entró en su casa. Miró el reloj y ya eran las 14:10. El estómago le recordó que debería ir preparando ya la comida y se dirigió a la cocina para ver qué podía hacer. Abrió el frigorífico y el alma se le cayó a los pies. Solo quedaban unos filetes de la noche anterior. Se hizo un sándwich y pensó que ya era hora de ir a hacer la compra. Bueno ya iría por la tarde.

   Las horas pasaban mientras limpiaba la casa y cuando se quiso dar cuenta ya eran las 19:00 de la tarde. Corrió a ducharse y cuando ya salió con un simple vaquero y una camiseta de manga corta, fue a la cocina y cogió un vaso de agua. Miró por la ventana  hacia el piso del vecino, se dijo que lo hizo por costumbre más que nada, y se atragantó con el agua. Sergio iba desnudo por su casa, secándose el pelo con una toalla y dándole la espalda a la ventana.

   Realmente tenía un culo para morirse. Unos hoyuelos marcaban el nacimiento de su trasero y África se vio a sí misma hundiendo su lengua en ellos. Sus entrañas se contrajeron por el deseo y el vaso que tenía en la mano se cayó al suelo, rompiéndose el cristal en pedazos.

            -¡Mierda!-gritó asustada y furiosa.

   El sonido debió llamar la atención de Sergio porque este se giró, seguramente curioso del ruido. África se agachó corriendo para que no la viera. Intentó recoger los pedazos de cristal para disimular ante Sergio. Pero estaba segura de que el vecino le había visto espiándolo de nuevo o si no se lo habría imaginado.

            -¿Estás bien?

   ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Me ha visto, seguro.

            -S…sí.-respondió asomándose por la ventana.

   Esto era para película. Ahí estaba Sergio mirándole con una sonrisa en la cara, burlándose de ella con esos ojos oscuros.

            -¿Te has cortado?-preguntó sonriendo.

   Le había visto, seguro. Si no fuera así, no habría sonreído. ¿Se podía ser más ridícula? Lo principal era comportarse con naturalidad, como si hubiera estado fregando y su vaso se hubiera roto por accidente, en lugar de mirando el culo del vecino nuevo.

            -No, estoy bien, gracias.-le dijo con la mayor naturalidad.

   África miró sus ojos y sintió algo extraño. Esos ojos le sonaban, eran oscuros y penetrantes, pero como de costumbre serían imaginaciones suyas. Frunció el ceño, ya que no podía sacarse de la cabeza la sensación de esos ojos mirándola, acariciándola. Era todo muy extraño.

   Sonrió y cerró su ventana, dando así por terminada la conversación. África pensó, de camino a la tienda, que debería  plantearse dar un giro a su sexualidad. No quería decir que tenía que volverse lesbiana, pero sí empezar a salir con más hombres y no hacerse tanto la estrecha con ellos. Llevaba más de un año sin sexo y ya se sentía algo desesperada. Todo hubiese seguido normal, sin ganas de sexo y sin importarle que no lo tuviera, si no fuera porque Sergio había aparecido en el piso de en frente con el cuerpo de un verdadero dios griego. Ahora el deseo había renacido en ella, provocándole la necesidad de tirarse a los brazos de cualquier hombre para pasar un buen rato. Era eso o ir al piso de Sergio y lanzarse sobre su boca. En cualquier caso, las dos opciones eran muy alocadas, pero ¿cuándo dejó ella de ser la chica rebelde, que no le importaban las normas y hacía lo que sentía? Ahh, ya sabía cuando, el día que pilló al chico que quería en la cama con otra. Sí, ese día se había llevado su espíritu impetuoso. Había sido hace siete años, el día de San Valentín, ella había estado saliendo con un amigo de la universidad, y ella había decidido ir a darle una sorpresa a su piso, ya que llevaban dos semanas sin verse. Ella había abierto la puerta de su piso, tenía la llave, y había entrado llamándole a gritos como de costumbre. Entonces había sido cuando lo había visto dormido en la cama con una rubia despampanante. Había salido corriendo del piso, sin mirar atrás. Se había ido de la Universidad para ir a estudiar a otra y desde entonces no lo había vuelto a ver. Nunca le había devuelto las llamadas. Ahora que lo pensaba, era mucha casualidad que su novio de la Universidad y el vecino que vivía en frente se llamaran igual, Sergio. Bueno había muchas personas que se llamaban así. Además no se parecían mucho.

   En la tienda, mirando los diferentes chocolates donde tenía que elegir sintió que las piernas no le respondían y lentamente cayó al suelo de rodillas. La confusión, la sorpresa, la tristeza y la desilusión la embargaron. No es que el Sergio de su pasado y el Sergio de su piso de en frente fueran distintas personas, eran la misma. Sus ojos lo delataban. Puede que el rostro no fuera el mismo, solía ocurrir después de siete años. Pero sus ojos seguían siendo iguales, mirándola con deseo y amor. Aunque África estaba segura de que esto último ya no era así. Se levantó corriendo, pagó la compra que había hecho y corrió hacia su piso donde, después de dejar la comida en sus respectivos lugares, buscó las fotos que tenía de la Universidad. Hace siete años había roto todas las que tenía excepto una, ya que le había sido imposible hacerlo y en lugar de ello, la había escondido en el último cajón de su armario donde nunca más la volvería a buscar.

   Cogió la foto y la examinó después de siete años. Los dos salían riendo, felices y enamorados. Había sido un mes antes del día de San Valentín. Las lágrimas asomaron a sus ojos, pero no eran de amor sino de desprecio. Estaba segura. Después de siete años, el amor que una vez sintió por Sergio, se marchitó. No podía estar más segura.

3 comentarios:

  1. Este relato lo leí ya en el blog de la autora y es sublime!

    Lo recomiendo al 100 por 100 >.<

    Besos para las dos (para Alison y para ti, querida Raquel)

    Buen día!

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  2. Raquel, preciosa, muchísimas gracias por subir lo que te pedí :D No tenía idea de que dividías los relatos en partes, pero no importa :D
    Muchas, muchas gracias :D

    PD: Dulce, tú siempre tan encantadora :3

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