martes, 17 de julio de 2012

Relato Calor parte 2 de 2




Y el pulso se le disparó cuando vio la mano de él resbalar por su abdomen, descendiendo tranquila y atravesando la cintura del pantalón, para recolocar su erección. Lo hacía a propósito. Estaba mostrándole que es lo que había allí para ella. Si lo quería.

Y lo quería, pensó tragando saliva.

Cuando se pegó de nuevo a su cuerpo, apoyando una mano en la pared tras ella, otro beso profundo y húmedo le arrancó leves jadeos, su boca trabajándosela con total maestría. Separó sus labios para poder tomar aire cuando sintió la mano de él acariciando su sexo empapado. Por debajo de sus braguitas, desde detrás. ¿Cómo había ocurrido?, pensó con un ligero mareo, sintiendo el dedo de él resbalar demasiado fácilmente adelante y atrás. Al segundo siguiente, estaba penetrándola sin ningún tipo de dificultad.

No podía más. Tenía que acariciarlo, pensó desesperada por conocer algo, lo que fuera, de él, antes de que ella misma perdiera el control. Sin dejar de besarlo, sus manos torpes por el placer desabrocharon la camisa que cubría su torso, dejándola abierta y colgando de sus fuertes hombros. Y por fin pasó las manos sobre la piel caliente y suave, lampiña, subiendo desde el vientre marcado hasta el pecho. Se sobresaltó al sentir algo duro sobre un pezón. Y sobre el otro. Gimió, un eco del gemido de él. Aros de metal.

Los cogió con los dedos y jugó con ellos, provocando que la garganta de él profiriera pequeños gemidos graves, que acicatearon su excitación, y que las caderas masculinas perdieran un poco la cadencia, alternando algunas embestidas más fuertes.

La idea de hacerle perder el control la espoleó, volviéndola más audaz.

Era lo justo, pues él estaba atentando peligrosamente contra el suyo propio, con dos dedos entrando y saliendo de su húmedo interior y su polla caliente presionando en lentos pero continuos vaivenes su clítoris.

Por dios, necesitaba sentirlo. No la suave y cálida dureza cubierta por la ropa. Si no el acero candente sobre su propio cuerpo.

Esa idea le hizo dejar los aros de metal para descender directamente a su bragueta, atacando los botones con cierta desesperación. Desabrochó el primero y contuvo un gemido al notar ya la punta roma. Era grande, joder. Y no llevaba ropa interior…

Miró hacia abajo para contemplarlo cuando logró liberarlo del todo, el gemido de él vibrando todavía en sus tímpanos, al tiempo que le mordisqueaba el cuello y su mano seguía enterrándose en ella. La polla balanceándose en el aire, soberbia en su enormidad, la abstrajo. Aun en la penumbra, podía percibir que estaba surcada por venas, la cabeza hinchada y brillante.

Despacio, descendió hasta quedar de cuclillas, la espalda apoyada en la pared, provocando el abandono de la mano masculina. Él la miraba desde arriba,  jadeando levemente, con las manos apoyadas en el muro.

Fijó de nuevo la vista al frente, el miembro apuntándole, y contempló extasiada cómo aparecía lentamente una gota transparente en la punta del mismo. Se lamió los labios inconscientemente y escuchó un sensual gruñido salir de él, al tiempo que balanceó las caderas.

Ahora mismo.

Sacó la lengua para lamer la incitante gota y a partir de ahí, los gemidos no se detuvieron. Lamió la punta, chupando como si fuera un helado. Succionando. Los sonidos que él profería la animaban a seguir, pero no era necesario. Se sentía famélica, de repente. Lo cogió con la mano para enfocarlo bien y se lo introdujo en la boca, ciñendo los labios conforme volvía a sacarla. Comenzó a repetirlo, cogiendo un ritmo cómodo para ella. Y se percató de que él había esperado a eso, porque de repente fue consciente de que no era ella quien se movía.

Él estaba follándole la boca, sin tocarla más que con su sexo, al ritmo que ella había establecido. Tuvo consciencia de que él sabía que ella no solía hacer este tipo de cosas con desconocidos.

La estaba volviendo loca escuchar sus gemidos mezclándose con los de la pareja que había al fondo del callejón. Ella misma gemía también, quedando el sonido amortiguado por la carne caliente que penetraba su boca, reverberando sobre ella.

Miró, como pudo hacia arriba. La boca abierta de él, limitada por los sensuales labios llenos, los ojos entrecerrados, brillando por el placer, sin mirarla directamente a ella. Las manos crispándose apoyadas sobre el muro de ladrillo.

Ella llevó su propia mano a su sexo. No podía retrasarlo más. La zona estaba completamente mojada y los dedos resbalaron fácilmente, como antes lo habían hecho los de él. Introdujo tres dedos, acariciando su brote con el pulgar, llevándose peligrosamente al límite con sólo un par de caricias. Debió de proferir algún tipo de lamento, porque los ojos de él la enfocaron de repente, mudando la mirada nublada por una muy consciente. Un gruñido al comprobar dónde se encontraba su mano y ella sintió la primera convulsión de su polla.

Los densos chorros calientes se dispararon en su boca sin que él desviara ni por un segundo su mirada, ni dejara de embestirla. Tragó al tiempo que sentía su propio sexo contraerse, comprimiendo los dedos, y tuvo que dejar escapar el miembro de entre sus labios para poder tomar aire,  jadeando, cayendo los últimos chorros sobre su barbilla y cuello.

Al mirar de nuevo hacia arriba, descubrió en él una sonrisa divertida y jadeante. Le ofreció una mano, que ella aceptó enseguida, y la alzó, poniéndola de pie otra vez. Le acarició la mandíbula, recogiendo algo de lo que había salido de su cuerpo y, acto seguido, lo chupó. Ella miró encandilada el movimiento. Su corazón se aceleró al sentir las pasadas de su lengua recoger el resto que había quedado esparcido por su barbilla también y luego besarla profundamente, rápido, duro y sin ambages.

Cuando separaron sus bocas, lo vio trastear en el bolsillo trasero de su pantalón que, milagrosamente, aún se apoyaba sobre sus glúteos. Sacó un preservativo y rasgó el envoltorio con los dientes, al tiempo que la instaba a girarse contra la pared.

Ella creyó que no aguantaría de pie, porque las piernas le temblaban de deseo y anticipación. Dios mío, sí. Aquello no se terminaba allí, pensó con alivio, mientras lo notaba acoplar su cuerpo a su espalda.

─Abre las piernas.

Aquel simple susurro suave e íntimo junto a su oído casi la lanza a las estrellas. Su voz grave era una sensual mezcla de erotismo y picardía en proporciones adecuadas. Pensó que lloraría si no la escuchaba otra vez.

Obedeció, apoyando las manos ella esta vez en la pared e inclinando el cuerpo ligeramente hacia delante. Ofreciéndose. La tela mojada de su ropa interior fue apartada y enseguida sintió la dura erección, que no había perdido un ápice de su firmeza, deslizarse a lo largo de su sexo, resbalando. Adelante y atrás, la cadencia ya era erótica en sí misma.

Jadeando, sintió cómo su mano alcanzaba un pecho fácilmente a través del ancho escote, pues no llevaba sujetador. El pezón se tensó bajo sus dedos, que lo acariciaban alternando pases suaves con apretones más agresivos, enviando ramalazos de placer a lo largo y ancho de su cuerpo. Quiso apretar las piernas. Su lengua se paseó por su cuello, húmeda, apretando la bolita de metal en determinados lugares que la hicieron gemir.

Quería que suplicara, estaba segura…

─Por favor…─su voz más un quejido que otra cosa.

Sintió la sonrisa de sus labios en la piel de su cuello y acto seguido, su polla penetrándola en una lenta y firme estocada. Los dos gimieron… y gimieron y gimieron con cada envite que sucedió. Comprobó de nuevo lo ancho que era, la mágica fricción que producía en sus paredes internas al entrar y salir.

El chico siguió marcando el ritmo y ella no podía hacer otra cosa que mantener la postura apoyada en la pared. Sus jadeos y gemidos ahogados muy cerca de su oído le reverberaban por todo el cuerpo, sintiendo ganas de sacudirlo y decirle que dejara de contenerse y gritara, si era preciso. Su lengua, con la dichosa bolita metálica, seguía conjurando magia por toda su nuca y los laterales de su cuello, enviando escalofríos de gozo a lo largo de su espina dorsal.

Sintió un tirón entre sus piernas. Luego otro. Y otro más y después la explosión de un orgasmo que la cegó, lentas oleadas que la obligaron a apretar los párpados y a morderse el antebrazo para no aullar del placer.

Cuando las olas remitieron, se dio cuenta de que él no había cesado en el ritmo ni por un segundo. Con el rabillo del ojo, percibió movimiento a unos metros de ellos y una pareja surgió de la oscuridad, entre besos y risas. Escondió la cara entre sus brazos, muerta de la vergüenza, y notó que él la cubría un poco más, protegiéndola de posibles miradas.

El ritmo se acrecentó, ella rompió a sudar, prorrumpiendo ya en jadeos incontrolables. Pasando a un estado eufórico, en el que todo lo que no fuera lo que sentía entre las piernas y el resto de su cuerpo le era completamente indiferente. Los jadeos apenas contenidos en su oído junto con el aumento de velocidad de sus caderas, que se movían cual pistones, le informaron de lo cerca que estaba ya él. Además, lo sentía palpitar en su interior.

Una de sus manos descendió como un rayo hasta el vértice que formaba su sexo, acariciando el centro resbaladizo de su placer sin ningún comedimiento y ella sustituyó con su propia mano las caricias en sus pechos.

Mordiéndose el labio inferior, los ojos cerrados, abandonada al gozo, comenzó a contraerse de nuevo alrededor de la polla ardiente y lo escuchó gruñir, espoleando su placer.

Iba a correrse de nuevo. Lo supo y se lanzó a ello al sentir el cuerpo a su espalda contraerse de arriba abajo un segundo y luego la frente de él buscando apoyo en su hombro. Los orgasmos fueron lentos y largos, sin dejar de moverse ambos, ya totalmente descompasados.

Terminaron apoyados los dos contra la pared, buscando recuperar de nuevo el resuello. No se creía lo que acababa de hacer.

Se giró y él dio dos pasos atrás, dejándole espacio para que se recompusiera la ropa, mientras él mismo se deshacía del condón, guardando su miembro y abrochando los botones de su bragueta.

Ella se subió las bragas, mirándolo de tanto en tanto de reojo. Tenía la cabeza gacha y los ojos ocultos por mechones pajizos, que le disparaban rápidas miradas verdes al tiempo que abotonaba lentamente su camisa.

─Gracias ─lo escuchó musitar, conforme pasaba una mano por su mentón. Y ella sonrió despacio, boba.

Vio cómo empezaba a alejarse hacia atrás y se giraba para desaparecer de su vida.

─¡Espera! ─maldijo mentalmente su impulso. Él se giró, escrutándola y ella terminó en un murmullo─: Tu nombre…

Le deslumbró con una amplia sonrisa sin ambages.

─Sergio. Me llamo Sergio.

Y desapareció por la boca del callejón.

5 comentarios:

  1. Yo ya lo leí en su blog y he de confesar que me encantó!, k bien kerida k te animaras a compartirlo akí también, en este bello rinconcito! >.<

    Saludos y besos para las dos, muak!

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  2. Muchas gracias Dulce y Kimberly por vuestras palabras... Me alegra que os guste! :)

    Un besote!

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  3. Excelente sin ser vulgar a pesar de la situacion

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  4. Exelente!...Bien contado, te coloca en la situación...

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